Tratado del sacerdocio

De EIFA - Estudios Interdisciplinares de las Fuentes Avilistas
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TRATADO DEL SACERDOCIO

Ed. Juan Miguel Corral Cano[1], v1.0

[EXCELENCIA Y ALTEZA DEL OFICIO SACERDOTAL]

[Ser sacerdote, don de Dios]

1. Entre todas las obras que la divina Majestad obra en la Iglesia por ministerio de los hombres, la que tiene el primado de excelencia y obligación de mayor agradecimiento y estima, el oficio sacerdotal es, por ministerio del cual el pan y el vino se convierten en cuerpo y sangre de Jesucristo nuestro Señor, y su divina persona está, por presencia real, debajo de los accidentes del pan que antes de la consecración había. Conviene mucho conocer esta merced, para agradecerla al Señor, que la hace, y también para usar bien de ella; lo cual, como san Ambrosio dice, no se puede hacer si primero no es conocida[2]. Mas ¿quién tendrá vista tan aguileña que pueda fijarla en el abismo de la lumbre de Dios, de cuyo corazón tal obra procede? ¿Tan llena de maravillas, manifestadoras de su inefable saber, inmenso poder, infinita bondad, que esta obra por excelencia se llama gloria de Dios, como el glorioso san Ignacio la llama?[3].
Si queremos comparar la alteza del oficio sacerdotal, sin comparación, [será] como [comparar] un cortesano de la cámara del rey, que trata con su mesma persona, a un aldeano, que ha menester el favor de este privado, y se hinca de rodillas delante de él y le besa las manos pidiéndole con mucha humildad que interceda por él al rey con quien trata; y, si lo queremos comparar con reyes, aunque sean monarcas, excédeles tanto, según san Ambrosio dice, como el oro excede al plomo[4].

[El sentir del pueblo de Dios]

2. Y no se tengan por afrentados los hombres terrenales, bajos o altos, cuyo poder es en cuerpos o en cosas corporales, en ser excedidos de los sacerdotes de Dios[5], cuyo poder es en las ánimas, abriéndoles o cerrándoles el cielo, y lo que más es, teniendo poder sobre el mismo Dios para traerlo al altar y a sus manos; pues que los ángeles del cielo, aunque sean los más altos serafines, reconocen esta ventaja a los hombres de la tierra ordenados en sacerdotes[6]; y confiesen que ellos, con ser más altos en naturaleza y bienaventurados con la vista de Dios, no tienen poder para consagrar a Dios como el pobre sacerdote lo tiene.
No tienen envidia de esto, porque están llenos de verdadera caridad; y, viendo en las manos de un sacerdote al mismo Hijo de Dios, a quien ellos en el cielo adoran y con profunda humildad le alaban con mucho temblor, admíranse sobremanera de la divina bondad, que tanto se extiende, y gózanse mucho de la felicidad de los sacerdotes, y una y muchas veces, con entrañable deseo, les dicen: Benedicite, Sacerdotes Domini, Dominum; laudate et superexaltate eum in saecula[7] [Dan 3,84]. Y de verlos tan honrados de Dios, hónranlos ellos, y oyen con temblor las santas palabras que de la boca del sacerdote salen, y adoran a su mismo Rey y Señor en las manos del sacerdote, como una y muchas veces lo adoran en los brazos de la sagrada Virgen María. ¿Quién no exclamará, si esto bien siente, con el profeta David: Quis loquetur potentias Domini, auditas faciet omnes laudes eius?[8] [Sal 105,2]. ¿Quién no dirá: Venite et videte opera Dei, benignissimi, et dulcissimi super sacerdotes?[9] [cf. Sal 65,5]. Por cuyo ministerio no se contenta con que convertit mare in aridam[10] [Sal 65,6], como lo hizo por mano de su siervo Moisés, mas convierte el pan y vino en cuerpo y sangre del mismo Dios. ¡Oh bondad grande tuya que así engrandece a los sacerdotes, que los levante del polvo y estiércol [cf. Sal 112,7] y les dé poder no solo como a los príncipes de su pueblo, mas aun que puedan lo que ellos no pueden!

[María y el sacerdote ministro]

¿Queda más donde pueda ser levantado el gusanillo de la tierra? No resta sino que le cotejemos con la Virgen bendita, Madre de aqueste Señor, que está colocada en mayor alteza que los ángeles y hombres; y hallaremos que, aunque en algunas cosas la Virgen les exceda, en otras se igualan, y en otras ellos exceden a ella. ¿Quién aquí no se saldrá de sí, pues este beneficio es mayor que quepa en entendimiento de hombre? La bendita Virgen María dio al Verbo de Dios el ser hombre, engendrándole de su purísima sangre, siendo hecha verdadera y natural Madre de Él; y en esto, ninguno le fue igual, ni es ni será[11]. Mas tiene semejanza con esto el ser sacramental que el sacerdote da a Dios humanado por una tan alta manera que primero no lo tenía. Y por esto no se llama al sacerdote padre ni madre del Hijo de Dios, mas ministro de un nuevo ser de que antes el Señor carecía.
Mas esta ventaja lleva el sacerdote a la Virgen sagrada: que ella una vez sola le dio ser humano, y él cada día y cuantas veces quisiere haciendo lo que debe para bien consagrar. Ella [engendró] a Cristo pasible, mortal y que venía a vivir en pobreza, humildad y desprecio; y ellos consagran a Cristo glorioso, resplandeciente, inmortal, impasible, que, acabado el tiempo de su penoso peregrinaje y el oficio de servir a los hombres, subió a los cielos y está reinando sobre toda criatura y adorado y reverenciado de todos; y, estando en trono de tanta majestad, se viene a encerrar en la pequeñez de la hostia y a las manos del sacerdote por medio de las palabras de la consagración; y allí, y en comparación de este breve espacio de tiempo en que la misa se dice, [cúmplese] aquella palabra de mucha honra que se dijo del día en que Josué mandó al sol y a la luna que no se moviesen, e hiciéronlo así; obedeciendo Dios a la palabra del hombre, de lo cual resultó ser aquel día más largo que todos los otros.
Breve rato es el de la consagración si miramos al tiempo; mas, si a la obra que hace Dios por mano del hombre, mucho más luengo es que aquel otro día, y aun que otros mil días; pues allí las criaturas obedecieron a la palabra de Josué [cf. Jos 10,13-14], porque Dios les mandó que le obedeciesen; mas aquí el mismo Señor es el que viene al llamado del sacerdote, y está estante en la hostia consagrada con tanta firmeza, que antes consentirá que se destruyan cielo y tierra que faltar su presencia en la hostia consagrada, porque tiene en más la verdad de su palabra que todo el valor de las criaturas. Y tanta verdad es esta, que, si el cuerpo del Señor no estuviese in rerum natura y las palabras de la consagración se dijesen, por el mismo hecho sería hecho de nuevo su cuerpo y sangre, porque la verdad de las palabras de Dios no faltase, mas hiciesen lo que significaban.

[En el misterio de Cristo]

3. Estas y otras consideraciones tenía el que decía[12] (san Gregorio): O veneranda Sacerdotum dignitas, in quorum manibus, velut in utero Virginis, Filius Dei incarnatur! O sacrum, et caeleste mysterium, quod per vos Pater et Filius et Spiritus Sanctus operantur! Uno eodemque momento, idem Deus, qui praesidet in caelis, in manibus est in Sacramento altaris. Stupet caelum, miratur terra, veretur homo, horret infernus, contremiscit diabolus, veneraturque plurimum angelica celsitudo[13].
Y el que decía (san Bernardo): O venerabilis sanctitudo manuum, o felix exercitium, o vere mundi gaudium, cum Christus tractat Christum, sacerdos Dei filium; cuius sunt deliciae esse cum filiis hominum! Quis umquam vidit talia? Quis huic vidit similia? Qui creavit me sine me, creatur mediante me[14].
No pasemos más adelante en piélago de tanta profundidad; y, pues callar no se sufre y hablar según la dignidad de esta merced no se puede, honrándola más que escudriñándola, alzando el corazón al Señor, digamos muchas veces: ¡Alabado sea Dios, bendito sea Dios, muchas gracias se den a Dios, porque dio tan grande poder a los hombres! Las cuales palabras son muy a propósito de este sagrado misterio, pues se llama sacrificio de alabanza y bendición mística[15] y Eucarístía[16], que quiere decir hacimiento de gracias. Porque, cuando este Señor instituyó este admirable misterio, bendijo y dio gracias al Padre, porque conoció que los hombres no las habían de dar por esta merced, o no cuales convenían; y por eso las dio Él, que conoce el valor de la merced y usó de su oficio pontifical, al cual pertenece pedir al Padre por nosotros lo que hemos menester y darle gracias por lo que con su oración nos alcanza: Ipsi gloria in saecula saeculorum. Amen[17] [cf. Ap 1,6].

[La dignidad de servir]

4. Los que miran la sobrefaz de las dignidades y no entran en la consideración profunda de las obligaciones que traen anejas consigo, aliende de recibir engaño, reciben muy grave daño. Porque, encandilados con aquel resplandor exterior que aficiona a los que arrójanse inconsideradamente a aquello que de fuera parece tan honroso, deleitable y seguro, mas después tórnaselos de mucho peligro y causa de grave condenación[18] por haberse obligado a cosa para el cumplimiento de la cual no tenían merecimiento ni fuerzas. Y por muy dulce que les fue el aceptar, es mucho más amarga la cuenta. Y entonces, aunque tarde, entienden cuánto más cuidado y presencia ha menester para no caer quien anda por alto; y, si cae, cuánto más se lastima que quien anda por la tierra llana; y por eso, quien toma dignidad alta, piense en la cuenta estrecha, porque cuanto más alta es la mujer, tanto su marido tiene mayor carga para cumplir con su honra.


[EXIGENCIAS QUE SE DERIVAN DE ESA ALTEZA]

[Santidad sacerdotal, vivir lo que somos]

5. Altísimo es el oficio sacerdotal, según se ha dicho. Y san Ambrosio dice: Nihil est in hoc saeculo excellentius sacerdotibus»[19]. Mas, como él mismo dice, «quod sumus professione, actione potius, quam nomine demonstremus; ut nomen congruat actioni; actio respondeat nomini; ne sit nomen inane, et crimen immane; ne sit honor sublimis, et vita deformis; ne sit deifica professio, et illicita actio; ne sit religiosus amictus et irreligiosus fructus; ne sit gradus excelsus, et deformis excessus; ne habitet in ecclesia...; ne sit cathedra sublimior, et conscientia sacerdotis reperiatur humilior[20]. Y, en fin, monstruosa cosa es dignidad en indigno, y grado alto y vida baja, como dice san Bernardo[21].
Y si el sacerdote quiere saber qué caudal de virtud ha menester para cumplir bien las obligaciones de dignidad tan alta y tan santa, oiga a la santa Iglesia, que en el ofertorio de la misa [del Santísimo Sacramento] dice ansí[22]: Sacerdotes Domini incensum et panes offerunt Deo; et ideo sancti erunt Deo suo [cf. Lev 21,6]. Las cuales palabras tomó la santa Iglesia de lo que el Señor dijo a los sacerdotes de la vieja Ley: Sancti eritis, quia ego, Deus vester, sanctus sum[23] [cf. Lev 11,44-45]. Las cuales palabras, si las oímos con la fe y reverencia que les son debidas y consideramos nuestra grande flaqueza, causarnos han gran confusión viendo que nos es pedida santidad, y por ventura aún no tenemos mediana bondad. ¡Oh qué presto pasamos por este negocio y cuán poco sentimos la obligación que nos pide! ¡Cuán poco temor tenemos en tal dignidad! ¡Cuán poco cuidado de administrarla bien después de tenida! ¡Y plega a Dios que siquiera tengamos comprensión, y suplamos con lágrimas lo que faltamos en la santidad que nos piden!
Y si a alguno parece que se pide mucho a los sacerdotes en pedirles mucha santidad, oiga la causa de ello, y por ventura le parecerá que aún no se pide como con justicia se podía pedir.

[El sacerdote, mediador por la oración]

[Mirada al Padre y a los hombres: oración y sacrificio]

6. ¿Pedís, madre Iglesia, que seamos santos vuestros sacerdotes? ¿Por qué carga tan grande, que de solo oírla hace temblar?
Ella lo declara, diciendo: Incensum et panes offerunt Deo. ¿Tan gran cosa es incensar en el altar y poner los panes de la proposición sobre la mesa del templo? ¡Oh, válame Dios! ¿Quién creyera que había de pedir Dios santidad en sus ministros para hacer una cosa que, al parecer, bastaba una mediana limpieza? Mas como las otras cosas de aquel tiempo, debajo de la corteza exterior, aunque vil, contenían en lo interior misterios de grande precio, y así aquel incienso y aquellos panes significaban el oficio sacerdotal de la nueva Ley, que consiste en ofrecer al Señor incienso de agradable y eficaz oración que amanse su ira y consagrar y ofrecer el pan que del cielo vino, que es Jesucristo nuestro Señor, que tanto excede a los panes y sacrificio de la vieja Ley como el cielo a la tierra, y mucho más.
¡Válame Dios, y qué gran negocio es oración santa y consagrar y ofrecer el cuerpo de Jesucristo! Juntas las pone la santa Iglesia, porque, para hacerse bien hechas y ser de grande valor, juntas han de andar.
Conviénele orar al sacerdote, porque es medianero entre Dios y los hombres; y, para que la oración no sea seca, ofrece el don que amansa la ira de Dios, que es Jesucristo nuestro Señor, del cual se entiende munus absconditum extinguit iras[24] [Prov 21,14]. Y porque esta obligación que el sacerdote tiene de orar, y no como quiera, sino con mucha suavidad y olor bueno que deleite a Dios, como el incienso corporal a los hombres, está tan olvidada, imo no conocida, como si no fuese, convendrá hablar de ella un poco largo, para que ansí, con la lumbre de la verdad sacada de la palabra de Dios y dichos de sus santos, reciba nuestra ceguedad alguna lumbre para conocer nuestra obligación y nos provoquemos a pedir al Señor fuerzas para cumplirla.

[Responsables de la humanidad entera]

7. San Crisóstomo (De dignitate sacerd. c.4,1...) dijo: Nam qui pro civitate, quid autem dico pro civitate?, imo pro universo mundo legatione fungitur, et deprecatur iniquitatibus omnibus propitium Deum fieri, non solum viventium, sed et mortuorum, qualem putas esse debere? Ego quidem Moysis et Heliae confidentiam huic non puto supplicationi posse sufficere. Sicut enim is, cui sit commissus universus mundus, et qui sit pater omnibus, ita accedit ad Deum, obsecrans extingui quidquid ubique pugnarum est, et dissipari tumultus, pacari omnia; et tam privatis malis quam publicis imponi finem. Itaque tantum proferre debet omnium precator virtutis eminentia, quantum praecellit, et ipso distat officio[25].
Palabras para espantar, pues piden obligación de orar por todo el mundo universo y alcanzar bienes y apaciguar males; y ser tan grande este oficio y obligación y oración, que, para cumplir con él, es pequeña la confianza de Moisés y de Elías. El uno de los cuales, por la fuerza de su oración, alcanzó perdón para aquel numeroso ejército; y el otro cerraba el cielo y abríalo cuando le parecía para llover o no llover, y hacía descender fuego de lo alto, que mataba a los vivos; y también, con la mesma oración, dio vida a los muertos, y trujo fuego por milagro para quemar los sacrificios, en testimonio de que el Señor es el Dios verdadero.

[Oración de mediación]

8. La divina Escritura cuenta que, andando el fuego del castigo justo de Dios quemando la gente de los reales en el desierto, tomó el sacerdote Aarón el incensario en la mano, y, estando entre los muertos y vivos incensando y orando, amansó al Señor y hizo que parase su ira[26] [cf. Núm 16,44-48]. Mas ¡ay de nos!, que [no] tenemos don de oración con que atemos las vengadoras manos de Dios, de manera que diga: «Déjame que ejercite mi ira»; ni tal santidad de vida para que venzamos al invencible; y aun no sé si entendemos el mismo nombre de oración, porque, como dice san Agustín[27], este negocio más se hace con gemidos que con palabras; y aquel solo sabrá gemir como es menester, para que su oración tenga esta poderosa eficacia, a quien el Espíritu Santo fuere servido, por su sola santidad y bondad, de le enseñar esta tal oración.
Testigo es de esto san Pablo, cuyas palabras son estas: Ipse Spiritus adiuvat infirmitatem nostram; nam quemadmodum orandum sit, ipsi nescimus; ipse Spiritus postulat pro nobis gemitibus inenarrabilibus[28] [Rom 8,26]. Muy flaca es la vista del hombre para saber lo que ha de pedir y el cómo lo ha de pedir, pues muchas veces acaece pedir lo que no le cumple, y aun que le daña, según parece en los hijos del Zebedeo [cf. Mt 20,22], y también en san Pablo [cf. 2Cor 12,8-9]. Y si a estos, ¿cuánto más a nosotros? Mas esta flaqueza e ignorancia en cosa que tanto importa, remédiala el Espíritu Santo, enseñándonos a pedir secundum Deum [cf. Rom 8,26], como en esta autoridad dice san Pablo[29]; que quiere decir que nos enseña a pedir lo que Dios quiere que le pidamos y lo que quiere conceder por medio de nuestra oración. Porque sentencia verdadera es que lo que Dios antes de los siglos ordenó de dar en tiempo, quiso que se efectuase mediante la oración de los suyos; y es esta de la cual vamos hablando, la cual siempre alcanza lo que pide, porque es inspirada por el Espíritu Santo, cuyas obras no salen en balde.
Y así dice san Ambrosio pidiendo socorro de oraciones ajenas: Talium, Domine, preces numquam spernis, si, ut pro me orent, ipse inspiraveris[30]. Tal fue la oración de Moisés cuando alcanzó perdón para el pueblo, y la de otros muchos [cf. Éx 32,30-32]; y tal conviene que sea la del sacerdote, pues es oficial de este oficio y constituido de Dios en él; y, por consiguiente, conviene que sea muy primo oficial y que haga obras del oficio, no solo iguales, mas muy aventajadas de los que no son oficiales. Y así, cuando el Señor quiere hacer algún bien por medio de la oración del sacerdote, inspírale que lo pida; y pídelo con tanto afecto y confianza, que le deja rastros en el ánima para pensar que su oración no ha dado el golpe en vano, sino muy en lleno. Y veces hay que inspira el Señor que pidan cosas en general, como conversión de infieles, el bien de la Iglesia...; otras veces, por personas particulares; y no pocas veces, queriendo el sacerdote rogar por uno, se le viene otro y se pone por delante otro[31]; y por este es movido a rogar con mucha afección, aunque ni se acordaba de él ni lo pensaba hacer; y no ora, o muy flojamente, por quien él deseaba.

[En la intimidad divina]

9. Esta comunicación del Señor con el sacerdote declarándole por el Espíritu Santo su voluntad de los bienes que quiere hacer o castigos que quiere enviar, con intento de ser rogado y quitar sus azotes y hacer mercedes por medio del sacerdote, es trato de amigos. Pues, como dice el Señor, a vosotros he llamado amigos, porque os he declarado las cosas que yo oí de mi Padre [Jn 15,15]. Y así como al sacerdote se le ha de preguntar la Ley del Señor, porque es mensajero suyo, según Malaquías dice [cf. Mal 2,7], así también se le ha de preguntar qué es la voluntad de Dios que se haga en esto o en aquello, como a persona que tiene con el Señor particular amistad y particular trato, y que se cree que no dejará el Señor de decirle cosa que desee saber para el bien de sus prójimos.
Lo cual parece en el Viejo Testamento, pues era cosa muy usada consultar el sacerdote al Señor para saber su voluntad: si irían a una guerra o no, o cosas semejantes a estas. Y aun lo mismo usaron los gentiles pasados y los que ahora se descubren en las Indias, pues unos y otros preguntan lo que han menester, acerca de las cosas particulares que han de hacer, a sus falsos sacerdotes, para que les traigan respuesta de sus falsos dioses; y con ellas van muy contentos. Tan común sentimiento de todos los hombres es que los sacerdotes tienen tal amistad y trato con Dios, que oye sus oraciones, y les declara lo que le piden, y hace bien a los hombres por medio de ellos. De manera que no solo se llaman ayudadores de Dios, como dice san Pablo [cf. 1Cor 3,9], porque con el ejercicio de su santa palabra y administración de los santos sacramentos le ayudan a salvar las ánimas; mas también son ayudadores, y muy grandes, en que, mediante su oración, alcanzan que la misma predicación y buenos ejercicios se hagan con fruto; y también les alcanzan bienes y evitan males por el medio de la sola oración; la cual no es tibia, porque, como dice san Bernardo, tepida est omnis oratio, quam non praecedit inspiratio[32]. Y el Señor dice: Si offeratis [caecum] agnum ad immolandum, nonne malum est?[33] [cf. Mal 1,8], que, según san Jerónimo, quiere decir que la oración que el sacerdote ofrece al Señor no ha de ser ciega en lo que pide, regida por espíritu humano, sino con lumbre del Espíritu Santo; ni ha de ser flaca ni floja, sino eficaz, atenta y muy poderosa[34]. Y esto denota san Pablo, diciendo que Spiritus postulat pro nobis gemitibus inenarrabilibus[35] [Rom 8,26], no porque el Espíritu Santo en sí mismo gima ni pida, pues es Dios impasible y no tiene superior a quien pida; mas porque hace Él que nosotros, por inspiración suya, pidamos lo que quiere que pidamos y Él quiere dar; y esto no tibiamente, sino con gemidos tan entrañables, causados del Espíritu Santo; tan imposibles de ser entendidos de quien no tiene experiencia de ellos, que aun los que los tienen no lo saben contar; por eso se dice que pida Él, pues tan poderosamente nos hace pedir.

[Los sentimientos sacerdotales de Cristo]

10. El sacerdote en el altar representa en la misa a Jesucristo nuestro Señor, principal sacerdote y fuente de nuestro sacerdocio; y es mucha razón que quien le imita en el oficio, lo imite en los gemidos, oración y lágrimas que en la misa que celebró el viernes santo en la cruz, en el monte Calvario, derramó por los pecados del mundo: et exauditus est pro sua reverentia[36] [Heb 5,7], como dice san Pablo. En este espejo sacerdotal se ha de mirar el sacerdote para conformarse en los deseos y oración con Él; y, ofreciéndolo delante del acatamiento del Padre por los pecados y remedio del mundo, ofrecerse también a sí mismo, hacienda y honra, y la misma vida, por sí y por todo el mundo; y de esta manera será oído, según su medida y semejanza con Él, en la oración y gemidos.
San Gregorio confirma lo dicho con estas palabras: Necesse est, cum haec agimus, nosmetipsos Deo in corde contritionis mactemus, quia qui passionis dominicae mysteria celebramus, debemus imitari quod agimus[37]. De lo cual parece cuán necesario nos es el don del Espíritu Santo que enseña a orar, pues que aquel solo puede orar a semejanza de Cristo que tuviere parte del espíritu de Jesucristo. Y esto entendía muy bien san Ambrosio cuando con mucha instancia pide el favor del Espíritu Santo para dignamente celebrar estos divinos oficios[38]. Y la lengua con que el ánima habla con Dios en este modo de oración es la devoción y fervor, según san Bernardo dice[39]. Y como esta lengua sea celestial, movida por espíritu del cielo, sabe muy bien abogar por sus causas y las de sus encomendados en el celestial tribunal de la misericordia divina, porque lo que del cielo viene, al cielo sube, y el que de la tierra es, de la tierra habla y en la tierra se queda.
San Ambrosio[40] dijo que las armas de los sacerdotes son lágrimas y oración, el cual, armado con estas, aunque muy blandas, pelea con gran confianza contra la justicia de Dios, ofreciéndose a sí mismo, a semejanza de muro, como otro Moisés [cf. Éx 32,9-14.31-32], para que descargue Dios en él su ira, porque derrame sobre el pueblo su misericordia. Quiere el Señor que, aunque el pueblo con su mala vida esté tan atemorizado que ni tenga osadía para estar en pie delante su acatamiento ni ose alzar los ojos al cielo, que el sacerdote sea tal, que, con la limpieza de la vida y amigable trato y particular familiaridad que hay entre Dios y él, no sea derribado con temor, como está el pueblo, mas tenga una santa osadía para estar en pie, y llegar al Señor, y suplicarle, y importunarle, y atarle, y vencerle, para que, en lugar de azote pesado de justo juez, envíe abrazos de Padre amoroso.

[Sensible a los intereses de Dios y a los problemas de los hombres]

11. Y esto se nos da a entender en que, estando el pueblo en el santo sacrificio de la misa humillado y arrodillado, hiriendo sus pechos lleno de temor y confusión causada por sus pecados, está el sacerdote en pie en el altar negociando con Dios el remedio de ellos y trayéndoles del ramo de la oliva, significadora de la paz, como lo trajo la paloma a los que estaban en el arca de Noé atemorizados con el azote del gran diluvio [cf. Gén 8,11], y triunfando del mismo Dios, que, por su grande misericordia, quiso dar tal poder y tal oficio a los hombres, que pudiesen, con las tiernas armas de lágrimas y oración, pelear con Él y vencerle. El sacerdote, como Orígenes dice, es faz de la Iglesia[41]; y como en la faz resplandece la hermosura de todo el cuerpo, así la clerecía ha de ser la principal hermosura de toda la Iglesia. Y es de mirar que como en la faz corporal están puestos los ojos, que no solo sirven para dar lumbre al cuerpo porque no tropiece, mas para llorar los tropiezos que diere y todos los otros males que de otra cualquiera manera vinieren al cuerpo, como si los mismos ojos fuesen heridos, así el sacerdote ha de tener dos ojos, como las dos piscinas en Hebrón [cf. Cant 7,4: in Hesebon], con que llore las ofensas de Dios y la perdición de las ánimas, y transforme en sí y sienta como propios suyos los trabajos y pecados ajenos, representándolos delante del acatamiento de la misericordia de Dios con afecto piadoso y paternal corazón[42]; el que debe tener el sacerdote con todos, a semejanza del Señor, y también de san Ambrosio, que decía que no menos amaba a los hijos espirituales que tenía que si los hubiera engendrado de legítimo matrimonio[43]; y san Juan Crisóstomo dice que aún se deben amar mucho más[44]. Y así, el nombre de padre que a los sacerdotes damos les debe de amonestar que, pues no es razón que lo tengan en vano y mentira, deben de tener dentro de sí el afecto paternal y maternal para aprovechar, orar y llorar por sus prójimos.
Y si a todo cristiano está encomendado el ejercicio de oración y que sea con instancia, y compasión, llorando con los que lloran, ¿con cuánta más razón debe de hacer esto el que tiene por propio oficio pedir limosna por los pobres, salud para los enfermos, rescate para los encarcelados, perdón para culpados, vida para muertos, conservación de ella para los vivos, conversión para los infieles, y, en fin, que, mediante su oración y sacrificio, se aplique a los hombres el mucho bien que el Señor en la cruz les ganó? Y si de aquellos sacerdotes hubiese que, como otra viuda de Naím, llorase al hijo muerto [cf. Lc 7,11-17], importunase al Señor como la cananea [cf. Mt 15,22-28], y le ofreciese devotos ruegos por el hijo endemoniado [cf. Mt 17,14-18], que unas veces lo lanza en el fuego el demonio, y otras en el agua, consolarlos hía el Señor, diciendo: No queráis llorar [Lc 7,13]; y darlos hía ánimas resucitadas y sanas, como dio a las otras personas corporal salud y vida; y, por ventura, espiritual también para sus hijos.

[Falta de oración sacerdotal]

Y porque hay falta de esta oración en la Iglesia, y señaladamente en el sacerdocio, que, como san Gregorio dice[45], es la parte principal de ella, por eso ha derramado el Señor sobre nosotros su ira, que no se quitará hasta que esta oración torne, pues su ausencia ha sido causa de muchos trabajos, y plega a Dios no vengan mayores. El profeta Isaías vio en espíritu la captividad del reino de Judá, y entendió ser la causa de ello la falta de esta oración; y, hablando con Dios su dolor, dijo: Non est qui invocet nomen tuum, et consurgat, et teneat te[46] [Is 64,7]. San Jerónimo vio en su tiempo un grande azote de guerra que Dios envió sobre Roma, y quejóse de que [no] hubiese en sus tiempos quien se opusiese a la ira del Señor para impedir su recio castigo[47]; y como la Iglesia esté tan falta de lo mismo, ni se puede excusar el dolor de lo presente ni el temor del porvenir.
De lo ya dicho parece con cuánta razón pide Dios y su santa Iglesia santidad a los sacerdotes, pues les está encomendado oficio tan alto de ser intercesores entre Dios y ella; y para serlo como es razón requiérese don de oración, y muy grande; que sea tan eficaz como pide el Espíritu Santo, para lo cual ha de tener amistad el rogador con el rogado, como san Gregorio dice[48].


[El sacerdote, mediador en el sacrificio eucarístico]

[Sacrificio mediador]

12. Resta declarar la otra palabra en la cual se pide santidad, la cual por otra causa conviene, a saber, quia panes offerunt Deo [Lev 21,6]. Y si esta se pedía para poner encima de una mesa unos panes de trigo, ¿cuánta más razón es que sean santos los que ofrecen el pan que del cielo vino, que da vida al mundo, y también al cielo? Santidad, limpieza quiere decir; y si para tratar el cuerpo purísimo de Cristo nuestro Señor no se requiere santidad, no sé para qué sea menester en la tierra, pues esta es la más santa [cosa] de todas. Y si san Pablo dice que la mujer que es virgen ha de ser sancta corpore et spiritu [1Cor 7,34], ¿cuánta más razón es que lo sea el que tiene oficio más excelente? La misma santidad de cuerpo y espíritu pide a los de Corinto para que sean partícipes en las promesas de Dios [cf. 2Cor 7,1]. ¡Cuánto más la debe tener el que no solo espera promesas, mas ha recibido de la mano piadosa de Dios el oficio sacerdotal, merced grande, como san Ambrosio pondera![49].
[A] nosotros, como tenemos poca estimación de la Majestad infinita de Dios y del respeto que se debe tener a su culto divino, podrános parecer que pedir tanta santidad en sus ministros es alguna demasía y agravio que se les hace. Mas como la divina Majestad se conoce a sí misma, pide, y con mucha justicia, tanta santidad y limpieza para llegarse a su altar, y aun en el tiempo que se le ofrecían animales irracionales, que pone en admiración a los que atentamente lo consideran. ¿Quién pensara que por tocar un sacerdote a un hombre muerto, o por llevarle a enterrar, o acompañar el entierro, o por tocar una gallina muerta, o por llevar unas cenizas hechas de la vaca, que mande por mandamiento de Dios, para expiación de pecados, que por una cosa de estas, y aun otras al parecer más livianas, era irregular el sacerdote, y no se podía llegar al altar sin que se alimpiase de aquella mancha con los remedios que tenía Dios ordenados? Mas el altísimo Dios, cuyas obras son verdad y igualdad, tenía por inmundos para tratar sus sacrificios a los que en estas cosas caían; no tanto mirando a ellas cuanto a lo significado por ellas, queriendo dar a entender en aquella limpieza visible y corporal cuán grande santidad, apartada de toda inmundicia, se requiere para tratar las cosas de su divinísimo culto. Y, si miramos cuán sobre todo es venir Dios al llamado de un sacerdote y estar en sus manos, dejarse tratar de él con más estrecha familiaridad que nadie pudiera pensar, ninguna santidad le parecerá que le sobra y le iguala, ni que llega con mucho a lo que merece el Señor de pureza infinita, comunicando con tan inefable comunicación.

[Intimidad con Cristo]

Dios verdad es, y todas sus obras lo son; y tal santidad dio a sus sacrificios, que lo que significan de fuera, eso hagan por de dentro. Y este intento y correspondencia ha de tener quien los recibe, porque, si solamente lleva el aparejo exterior, no recibe con fruto el sacrificio, antes le hace injuria por el poco respeto que tiene a cosa tan santa. Pues no es de creer que quien es tan amigo de verdad en todas sus obras y sus sacrificios, que no quiera serlo en el trato familiar de su sacratísimo cuerpo; trato sobre toda manera amigable, que no tiene semejable en la tierra; al cual, si verdad se ha de guardar, ha de corresponder, de parte de Cristo con el sacerdote y del sacerdote con Cristo, una amistad interior tan estrecha, y una semejanza de costumbres, y un amor y aborrecer de una misma manera, y, en fin, un amor tan entrañable, que de dos haga uno, para que así se cumpla lo que el Señor dijo: Qui manducat meam carnem et bibit meum sanguinem in me manet, et ego in illo [Jn 6,56]; y lo que dijo san Pablo: Qui adhaeret Deo, unus spiritus est[50] [1Cor 6,17]. No se engañe naide; que, pues conforme al oficio ha de ser la aptitud para el oficio, tan amoroso y de tanta familiaridad no conviene a todos, sino a aquellos que tienen particular familiaridad, amistad y conversación muy estrecha en sus ánimos con Dios.
El solo oficio es testigo de esta verdad, mas también los nombres que al sacerdote le ponen. Ángel se llama, que tenga pureza angélica, en cuanto le fuere posible. Templo es de Dios, y, por el mismo hecho, ha de ser santo, como dice san Pablo [cf. 1Cor 3,17]. Dioses llama la sagrada Escritura a los sacerdotes [cf. Sal 81,6], porque han de ser más que hombres; porque, como dice san Dionisio, qui sacerdotium dixit, sacrorum simul omnium signavit ordines; ita qui sacerdotem dixit, augustiorem prorsus, quam divinum insinuat virum[51]. Divino ha de ser quien trata con la divinidad, y a aquel Señor se ha de convertir especialmente al cual tantas veces consagra y recibe sacramentalmente; que, si de una temporada que aquel santo profeta Moisés trató con la Majestad divinal vino tan lleno de luz y tan sobrehombre que no le podían los hombres mirar si no cubría el resplandor de su cara, ¡con cuánta más razón se debe pedir al sacerdote que sea luz del mundo y que ponga en admiración a los que le miraren; y verle tan alto con el conocimiento y sentimiento de las cosas divinas, que sea menester abajarse para que las flaquezas de los hombres se puedan aprovechar de él!

[Signo de Cristo Víctima]

13. San Jerónimo dice que la doncella dedicada a Dios es sacrificio de Dios y que ha de aprovechar; que, pues el sacrificio santifica al que lo toca, que así el hablarla, oírla o mirarla sea causa de santificación para quien la tratare[52]. ¡Con cuánta más razón se pide esto al sacerdote!, pues, si es el que debe, no solo ha de ser sacrificio, mas holocausto todo entero, ofrecido a Dios y quemado con el fuego del amor divino en honor de Dios; que aquel Señor [que] es fuente de lumbre y que tantas veces viene a su casa, le hinche de tanta santidad, que los rayos de ella le salgan al sacerdote por los ojos, por la boca, por el andar, por la honestidad, y todo ello declare que es arca del testamento de Dios, relicario de Dios; y tan lleno de su gusto, que, por indevoto y distraído que sea el que lo oyere, hablare o mirare, sienta en sí mismo aquella fuerza divina que en aquel sacerdote está. Y esto es ser sal de la tierra, como san Gregorio dice[53], si con verdad ha de tener lo significado por ella. Y si todo esto quisiere olvidar, mírese de pies a cabeza cuando está vestido de las santas vestiduras; y, si no piensa que son vestiduras de fuera, entienda las virtudes que cada una de ellas significa[54], que ni son pequeñas ni pocas, y procure de las tener en su ánima, porque no sea fingimiento el tenellas de fuera y carecer de lo significado por ellas; y, yendo los hombres a buscar a Cristo en él, como en santo sepulcro, no hallen cosa de tomo, sino lienzo y sudario, con que fue vestido para le enterrar.

[La fisonomía de Cristo]

14. Quien bien considerare el ánima y cuerpo de un buen sacerdote, si tiene aquellas virtudes que la alteza de su oficio le pide, no errará en llamarlo paraíso terrenal, plantado de diversidad de árboles no menos hermosos que fructíferos, en medio del cual está plantado el árbol de vida que es Jesucristo nuestro Señor, recebido del sacerdote, metido en sus entrañas, dándole vida, y vida que nunca se acaba. Este es el huerto, y más y más abundante que el del rey Asuero ni del rey Salomón, porque aquellos eran plantados con manos de hombres y regados con agua terrena, y así daban fruto terrenal y aun momentáneo. Acá es el Espíritu el que planta las virtudes; riégalas con su gracia por los merecimientos de Jesucristo. El fruto que de él se saca es fruto limpio; paz sobre todo sentido, con otros muchos y excelentes frutos para sí y para toda la Iglesia que de presente se cogen; y después, la vida eterna.
Muchas piedras preciosas tenía el sumo sacerdote de la vieja Ley en sus vestiduras para entrar a sacrificar al Señor [cf. Éx 28]; mas como aquel oficio era sombra y casi nada en comparación del oficio sacerdotal de la nueva Ley, con el cual se consagra y recibe el mismo Hijo de Dios, toda razón demanda que lo que allí eran piedras terrenales y engendradas de la tierra, sean en nuestros sacerdotes preciosas virtudes venidas del cielo, infundidas de Dios[55]. Y porque estas son tantas que quererlas contar cada una para sí sería nunca acabar, remitiendo el grande número de ellas al que cuenta la muchedumbre de las estrellas del cielo y a lo que dicen los santos, diremos brevemente de esto mucho algún poco.

[Castidad sacerdotal]

15. Cuerpo y ánima se nos pide limpia, según arriba se ha dicho, para consagrar al Señor y recibirle con fruto. Y, comenzando por la limpieza de cuerpo, se ofrece luego cuán justa y debida cosa es que se reciba y trate el purísimo cuerpo de Jesucristo por cuerpo de sacerdote limpio en todo y por todo. Y entre las maneras de la limpieza que se requieren, no es lo que menos se debe tener ni la que al Señor menos agrada la limpieza de la castidad; virtud propia, muy propia y propísima del sacerdote evangélico, figurada en el de la vieja Ley, al cual mandaba Dios que en el tiempo que había de ofrecerle sacrificios se apartase del trato de su mujer; y, entre las vestiduras que le pedía, era que llevase femoralia, ut operiret turpitudinem suam[56] [cf. Éx 28,42]; y, si no, que muriese por ello, dándonos a entender que, pues acá siempre llegamos a ofrecer sacrificio, y sacrificio purísimo, amador y hacedor de toda pureza, debemos estar vestidos de la virtud de la castidad y tener apretada nuestra carne con las reglas de la disciplina, si queremos evitar la muerte eterna que a los impuros que ofrecen a Dios este sacrificio está amenazada.
Grandísimas señales ha dado Dios de que su santa voluntad es que su santo cuerpo sea tratado de manos y cuerpo limpios, por ser Él amicísimo de esta limpieza. Y en testimonio de esto, aunque tomando nuestra carne, tomó también nuestras flaquezas; padecer hambre, sed, y cansarse, y la misma muerte; y esto con mucha ventaja, pues tomó de ello más que nosotros; mas [en] el negocio de ser concebido por la vía del deleite, causado de obra de varón y mujer, no quiso ser semejable a nosotros, sino ser concebido por modo limpísimo, ajeno y muy lejano de toda impudicicia, concebido por obra de madre virgen y por obra del Espíritu Santo; para dar a entender que cuerpo tan cercano a la limpieza de espíritu, por cuerpo cuanto fuere posible semejable al espiritual ha de ser tratado y recibido; para que, estando el semejable con su semejable, se guarde la debida proporción, y se reciba de ambas partes contentamiento, pues que cada uno ama su semejable y se goza con él. Y para dar a entender el Señor esto mismo, quiso ser tratado de virginales manos y reclinado en virginales brazos y pecho cuando era niño; y, al tiempo de su muerte, envuelto en una sábana de lienzo blanco y limpia, y puesto en un sepulcro el cual a nadie había recibido. Y como esto entendiesen los sumos pontífices pasados, alumbrados por el Espíritu del Señor, que da a entender a los hombres aquello de que Dios se agrada, mandaron que el que hubiese de ser sacerdote fuese virgen, o a lo menos hubiese sido casado con una mujer no más [cf. 1Tim 3,2], y aquella fuese doncella[57].

[En la antigua Ley]

16. No se maraville nadie de esta limpieza que pide el Hijo de Dios a los que tan íntimamente han de tratar y juntarse con él, pues en la vieja Ley estaba mandado al sacerdote sumo que no se pudiese casar sino con mujer de ciertas calidades, entre las cuales era una, y la principal, que fuese doncella[58] [cf. Lev 21,13]. ¿Quién no ve cuán justísima razón es que, si una niña está diputada para ser esposa de un poderoso rey, que la críen muy ajena de toda inmundicia y que le den a entender que es cosa indignísima casarse con un alto rey la que no tuviere virginidad muy entera y muy limpia? Y si esta limpieza se pide para recibir este oficio, como es razón, ¿con cuánta más se pedirá que, después de recibido, no ensucie el sacerdote su cuerpo con el cieno de la lujuria, haciendo gravísima injuria al autor de la puridad, que se dignó de juntar consigo al tal sacerdote, y por el mismo hecho le obligó de nuevo a que no diese su cuerpo a cuyo no era?

[Herencia apostólica]

17. Sintieron muy bien la gravedad de este delito los santos apóstoles, alumbrados por el Espíritu Santo, cuando ordenaron que el sacerdote que cayese en fornicación, por el mismo hecho, nunca más en toda su vida consagrase ni tratase el santo cuerpo de Cristo, sino que, pues puesto en honra, y tal honra, no la conoció, pierda el uso del oficio, pues tan ingrato fue contra él[59]. Y aunque los pontífices que después vinieron, movidos de compasión de la humana flaqueza, quisieron templar con alguna misericordia este tan justo rigor, con todo eso, por mucha y muy particular gracia, se extendieron a imponer penitencia de diez años, y un poco áspera, al que hubiese caído en este pecado; la cual, siendo bien cumplida y dando el tal sacerdote culpable esperanza de su arrepentimiento y verdadera enmienda, tornase a cobrar el uso del oficio perdido[60].
No parezca esto a nadie riguroso; y, si le pareciere, entienda que no tiene espíritu del Señor, porque de este dice el mismo Cristo: Ille me clarificabit, quia de meo accipiet [Jn 16,14]. Y en otra parte: Ille testimonium perhibebit de me[61] [Jn 15,26]. Oficio es del Espíritu Santo engrandecer a Cristo en los corazones donde él mora, y cuanto le predica a él por digno de toda honra y servicio, tanto predica por malo al pecado contra él hecho y por digno de graves tormentos. Y quien con la lumbre de aqueste Espíritu considerare aquella tremenda hora, que así la llaman los santos[62], cuando el sacerdote está en el altar y consagra al Hijo de Dios, verá claro que pide tanta limpieza y tales condiciones, que para cumplir bien con ella es menester haberse guardado toda la vida de cosa inmunda, para que así vaya en el altar tan ataviado en el ánima como la limpia doncella va en el tálamo de su esposo adornada de vestiduras ricas, llena de buen olor y que no le falte cosa que pueda su esposo desear en ella.

[El sentir de los Padres]

18. Y porque nosotros estamos tan lejos de sentir esto ansí y vanos la vida en conocerlo, será bien que oigamos y sigamos a los santos, que, alumbrados por el Espíritu Santo, como espirituales juzgan todas las cosas, y, por consiguiente, qué tal debe ser la reverencia y santidad que en aquella hora es menester para tratar el santo cuerpo de Cristo nuestro Señor a contentamiento de Él.
Y comencemos por el bienaventurado san Crisóstomo, que dice así: Itaque, sic differre debet omnibus precator, virtutis eminentia, quantum praecellit et ipso distat officio; cumque et Spiritum Sanctum advocaverit, et reverendam illam immolaverit hostiam..., ubi illum, dic mihi, nostra aestimatione ponemus? Quantum ab illo splendorem poscemus et quantam religionem...? Expende nunc, quales oporteat esse manus eius, tantarum rerum ministras, qualem linguam, Christum illa fundentem, aut quo igne mundiorem et sanctiorem animam eius!...[63].
Tunc enim et angeli circundant sacerdotem, et tribunal, atque altaris locus caelestibus virtutibus adimpletur, in honorem illius qui immolatur; quod quidem ex ipsis, quae aguntur, ostenditur. Ego autem audivi, referente aliquo, quod presbyter quidam vitae sanctitate mirabilis, et qui revelationes soleret videre, retulisset illi tale spectaculum, se aliquando vidisse, sancti sacrificii tempore, et conspexisse angelorum multitudinem (sicut possibile erat intueri) stolis fulgentibus, et altare coronatum, cum officio, quo circa regem suum milites stare consueverunt; quod mihi quidem facile persuasum est[64].
Alter vero mihi retulit ab alio se audisse, quod de saeculo hoc recedentes, qui participes mysteriorum illorum in continentia munda fuerint, cum efflaverint ultimum spiritum, subiici alacres manibus angelorum. Necdum ergo inhorrescis, quod ad tale ministerium me innitebaris inducere, indutum sordibus et vitiis; sacerdotum inserere dignitati, quem talem Christus a convivantium congregatione separaverit? Splendore igitur, vitae, totum illuminantis orbem, fulgere debet anima sacerdotis; nostris autem tantis tenebris operitur male et cur vetur semper, nec ad Deum suum cum fiducia audeat aliquando respicere. Sacerdotes sal terrae sunt; nostram aut insipientiam, aut in omnibus ignorantiam quis queat facile sustinere, exceptis vobis, qui nimium nos diligere decrevistis[65].
¿A quién no ponen admiración y temor las palabras de este santo, que, como alumbrado de Dios, conoce la alteza y grandeza de aqueste sacrificio y el resplandor que las manos del sacerdote deben tener; por lo cual él se halla tan indigno, que se queja de san Basilio, porque le convidaba a que tomase este oficio?
Y porque esta verdad parezca más clara y nuestra negligencia más confundida, diga su dicho san Agustín: Si enim angeli, Te adorantes et laudantes, tremunt mira exaltatione repleti, ego peccator dum Tibi assisto, laudes dico, sacrificium offero, cur non corde paveo, vultu palleo, labiis tremo, toto corpore inhorresco? Sic iam obortis lacrymis coram Te indesinenter lugeo...Vehementer admiror, dum Te nimis terribilem oculis fidei cerno. Miserum me, quando sic induruit cor meum! Et oculi mei indesinenter non producunt flumina lacrymarum, dum servus sermocinatur coram Domino suo, homo cum Deo, et creatura cum Creatore; qui factus est ex limo cum Eo qui omnia fecit ex nihilo». Y después dice: «Dator omnium bonorum Deus, da mihi, inter laudes tuas, fontem lacrymarum, simul cum cordis puritate et mentis iubilatione, ut perfecte diligens, et digne Te laudans, ipso cordis palato sentiam, gustem et sapiam, quam dulcis et suavis es, Domine[66].
Y primero se había ocupado que, por no tener esta contrición de corazón y fuente de lágrimas, reverencia y temor, era siervo malo, y muy malo. ¿Qué será de nosotros, que ni tenemos estas cosas, ni nos confundimos por ello, ni las pedimos con lágrimas, ni tememos el juicio de Dios?
Diga san Ambrosio bienaventurado lo que sentía cuando quería celebrar: Doce me servum tuum indignum, qui inter caetera dona tua ad officium sacerdotale vocare dignatus es, nullis meis meritis, sed sola dignatione misericordiae Tuae: doce me, quaeso, per Spiritum, tantum mysterium tractare ea reverentia et honore, eaque vocatione et timore quo oportet: fac me, Domine Iesu-Christe, per gratiam tuam, semper illud de tanto mysterio credere et intelligere, sentire et firmiter retinere, dicere et cogitare, quod Tibi placet et expedit animae meae. Y después dice: Quanta enim, Domine Iesu-Christe, cordis contritione et lacrymarum fonte, quanta reverentia et tremore, quanta corporis castitate et animae puritate, illud divinum et caeleste sacrificium est celebrandum, ubi caro tua in veritate sumitur, ubi sanguis tuus in veritate bibitur [...] Quis dignus erit..., nisi tu ipse feceris dignum? Scio, et vere scio, et ipsi Veritati tuae confiteor, quia non sum dignus accedere ad ministerium tuum propter nimia peccata mea et infinitas negligentias meas[67]. Y otras muchas cosas dice que en él se pueden leer, que dan testimonio del conocimiento que tenía de este misterio, y temor y temblor de celebrarlo, y la instancia con que a Dios pedía que le enviase su santo Espíritu para que supiese y pudiese tratar este santo misterio.
San Jerónimo dice: Ita ergo age et vive in monasterio, ut clericus esse merearis, et adolescentiam tuam nulla sorde commacules, ut ad altare Christi quasi de thalamo virgo procedas[68]. En la cual palabra dice en suma la limpieza y espiritual hermosura y atavíos de gracia que ha de llevar al altar, ganados y trabajados por todo el tiempo de su vida, como otras veces dijimos. Y de aquí se puede sacar, y de la santidad de su vida y de su espíritu, con cuánto cuidado celebraría él estos santos misterios. Y con todo lo que se aparejaba, considerando la grandeza de este misterio, no osaba celebrar cada día.
Pues de san Gregorio ya consta con cuánta reverencia y temblor celebraría, pues, según arriba hemos alegado, dice que se ha de celebrar con mucha contrición de corazón e imitar el sacerdote lo que representa[69].

[El testimonio de los santos]

19. Antes nos faltaría tiempo y papel que testimonios y obras de santos que nos dan a entender la excelencia de la santidad que debe tener quien celebra estos divinos misterios. Lo cual no debemos oír con orejas sordas ni echarlo tras las espaldas, mas poner delante de los ojos estas palabras y ejemplos de santos varones, para en ellos conocer nuestras faltas, llorarlas y procurar de las remediar. Lo cual no es invención mía, sino doctrina que el Señor dio, aunque en figura, a los sacerdotes de la vieja Ley cuando mandó que se les pusiesen, antes que entrasen al altar, un espejo grande, hecho de los espejos de las mujeres que venían a velar en el templo [cf. Éx 38,8], en el cual se mirasen si iban convenientemente vestidos, según Dios lo mandaba, para ofrecer el sacrificio que fuese aceptable a sus ojos[70]. Este acervo de buenos ejemplos y de estas palabras es el espejo grande, hecho de particulares espejos, que son cada testimonio por sí. Y no parezca fuera de razón ser figurados estos santos varones en el flaco sexo de las mujeres, porque en la devoción y recogimiento suelen ellas tener mucha parte y aun ventaja a no pocos hombres[71]. Y en decir la palabra divina que los espejos han de ser de mujeres que celebran veladas en el templo, son figuradas propiamente las ánimas de los santos varones que con entrañable devoción del culto divino velaban las noches en oración, para de día llegarse bien aparejados para tratar estos divinos misterios, y oían no con voz sorda aquella palabra del Evangelio, que lo tomaban como dicho a sí mismos, al tiempo de la media noche: Ecce sponsus venit, exite obviam ei[72] [Mt 25,6]. Consideraban el encendido amor con que el esposo de las almas, Cristo, había de venir, cuando fuese de día, a abrazarlos, consolarlos y darles mercedes; y trocaban el sueño en vela por hallarse aparejados para salir a recibir con celestial atavío al esposo celestial que venía en ellos.

[Como el Bautista y san Pedro]

20. Pues en tales espejos se mire el sacerdote que va a consagrar, y entre ellos no olvide aquel tan principal que es san Juan Bautista, que, de solamente echar agua en la cabeza de Cristo, se tenía por indigno, y con profundo temblor y reverencia decía: Ego a Te debeo baptizari, et Tu venis ad me?[73] [Mt 3,14]. Y, a esta cuenta, mayor santidad ha menester un sacerdote y mayor espanto y admiración le ha de tomar, pues trata al Señor con trato más familiar que san Juan Bautista. ¿Qué diremos del bienaventurado padre nuestro san Pedro, que, teniéndose por indigno de estar en una navecilla, por estar en ella nuestro Señor, exclamó diciendo: Exi a me, Domine, quoniam homo peccator sum?[74] [Lc 5,8]. Cuya profunda reverencia y religioso temor dio el Señor a entender mucho tiempo antes por el profeta Malaquías, diciendo: Pactum meum fuit cum Levi, vitae et pacis; et dedi ei timorem et timuit me, et a facie nominis mei pavebat[75] [Mal 2,5]. Este es san Pedro bienaventurado, al cual el Señor constituyó sacerdote, y sacerdote mayor, ministro de vida y de paz, el cual temió al Señor y temblaba de la faz de su nombre, que quiere decir que declaraba con el temblor del cuerpo el temblor interior del ánima. Y no era este temblor cosa de esclavo, pues entrañablemente amaba a Jesucristo nuestro Señor; mas era profundísima reverencia, que procedía del conocimiento de la alteza del Señor y de su propia bajeza. Y si de solo estar cerca de nuestro Señor temblaba de reverencia, ¿qué haría cuando le tuviese presente y le tratase en sus propias manos? Creo que se resolviera todo en devotas lágrimas de ternura y amor, junto con reverencia, pues se lee de él que no podía acordarse de la dulce conversación que Jesucristo nuestro Señor tuvo con él y los otros apóstoles viviendo en la vida mortal sin regalarse el corazón y ser sus ojos fuentes de lágrimas[76]. Y como la conversación del Señor en el altar con el sacerdote sea muy más amigable, y san Pedro tenía más lumbre y más amor que antes que en él viniese el Espíritu Santo con plenitud, sería tanto el sentimiento, agradecimiento, amor y temblor, que daba gloria a nuestro Señor y gran consuelo para su ánima, mas mucha más confusión para nosotros sus hijos de vernos tan lejos de la imitación de tal padre.

[Imitando a María Virgen]

21. Y no para nuestra obligación es esto, porque, según hemos dicho, conforme a la alteza de la dignidad ha de ser el buen aparejo para el uso de ella. Los que dijimos competir en alteza de vida con la sacratísima Virgen María, nuestra patrona, consagrando y tratando a un mismo Hijo de Dios; y Ella, siendo niño y en cuerpo mortal, y nosotros, ya grande y glorioso, como lo es en el cielo, deben con mucha justicia procurar de competir con la santidad de ella, si no es en igualdad, sea en semejanza[77]. ¡Oh cuánto se enternece un corazón de un buen sacerdote cuando, teniendo al Hijo de Dios en sus manos, considera en cuán indignas manos está comparándose con las manos de nuestra Señora! Y, cierto, no se pudo hallar espuela que así aguijase e hiciese correr a un sacerdote el camino de la perfección como ponerle en sus manos al mismo Señor de cielos y tierra, que fue puesto en las manos de una doncella en la cual Dios se revió, dotándola y hermoseándola de innumerables virtudes. Y, con todo eso, ninguna era sobrada para la dignidad del trato tan familiar que tuvo al Hijo de Dios.

[Espíritu de sacrificio]

22. No se maraville nadie que se pida a un sacerdote gracia de oración, que se le pida limpieza de castidad, que se le pida muy particular abstinencia, figurada en lo que Dios mandaba a los sacerdotes de la vieja Ley [cf. Lev 10,9]: que, al tiempo que administrasen su oficio, ni bibiesen vino ni cosa que les pudiese embriagar, porque el cuerpo del Hijo de Dios que tratamos, cuerpo glorioso es, y no tiene flaquezas de cuerpo, sino sustancia de cuerpo. Y, pues el cuerpo del sacerdote que al Señor recibe y trata no puede ser en esta vida glorioso, sea a lo menos, en cuanto fuere posible, cuerpo limpio que se pase en poco, que tenga las pasiones mortificadas y, en cuanto fuere posible, semejable al cuerpo espiritual. Porque todo lo merece, y mucho más, el santo cuerpo de Cristo, el cual, como precioso licor, no debe ser puesto sino en vaso que tenga semejanza con él. ¿Qué diré más? Que, pues el sacerdote es llamado ángel, y los ángeles en el cielo y alrededor del altar tiemblan de reverencia del Hijo de Dios, grande es la obligación que el pobre sacerdote tiene de celebrar bien estos divinos misterios.

[Limpieza de corazón]

23. Y, pues tantos y tan claros motivos tiene para se mirar si va bien vestido, para parecer agradable y hermoso a los ojos de Dios, no lleve sus ojos cerrados, porque no oiga aquella terrible sentencia: Amice, quomodo huc intrasti non habens vestem nuptialen?[78] [Mt 22,12]; y, atados los pies y las manos, lo echen en las tinieblas de fuera, [pues] amó las tinieblas de dentro, no queriendo mirar la luz, que pudiera declarar sus faltas y enseñarle sus obligaciones para que cumpliera con ellas. Mírese y remírese, y pida para ello particular gracia del Espíritu Santo, como la pedían los santos; y las faltas que en sí conociere lávelas con abundancia de lágrimas; pues para significar esto mandaba Dios en la vieja Ley que, antes que entrasen los sacerdotes a ofrecer sacrificio, se lavasen los pies y las manos en un gran vaso de metal lleno de agua que estaba en la entrada del templo [cf. Éx 30,17-21]. Y para amonestar la Iglesia a sus sacerdotes esta purificación, aun de cosas muy pequeñas, con abundancia de lágrimas, ordenó que, antes que procediesen a la consagración del santísimo Cuerpo de Jesucristo, se lavasen las extremidades de los dedos, dando a entender, como dice san Dionisio, que eos qui ad Sacramenta caelestia conficienda procedunt, ea oportet esse munditia, ut ipsas animae extremas imagines purgatas habeant; sicque ad reverenda mysteria, quantum fas est similitudine puritatis accedere. Y el mismo dice que, por esta ablución, consequitur supremam munditiem, ut in castissimo habitu divinae spei constitutus, ad sequentia quoque divina bonitatis imagine prodeat, vinculis omnibus mortalis affectionis liber ac expeditus, et qui in unius transierit spem[79].
¿Qué es esto que oímos? ¿Quién llegará a tener esta limpieza tan sobrehumana, imitadora de Dios, que hace pasar al hombre en unidad de espíritu con Dios, para que así trate con suficiente aparejo el semejable a su semejable, el santo al santo?

[Humildad sacerdotal]

24. En fin, cosas tan altas pide este oficio sacerdotal, que muchos santos ha habido que, espantados de su resplandor, no se han atrevido a tomar tal dignidad, y escogieron reverenciarla como señora y no tomarla por mujer[80].
San Marcos fue uno de aquellos que, con cortarse el dedo pulgar, pensó escapar de la gran carga que pide este oficio[81]. Muchos padres santos hubo en el yermo de venerables canas, y excelente santidad, y de grandes milagros que, en viendo que los querían hacer sacerdotes, se iban, huyendo de sus monasterios, a peregrinar por tierras extrañas, dando por bien empleado cualquier trabajo por huir el peligro que corre el indigno que toma tal dignidad[82].
San Martín bienaventurado se fue de la compañía de san Hilario, obispo, porque le quería ordenar de diácono[83]. San Jerónimo cuenta de otro que fue menester que lo atasen de pies y de manos para lo ordenar[84].
Y no es razón que dejemos fuera de este número al bienaventurado san Francisco, el cual, contra toda su voluntad, constreñido por la obediencia, se ordenó de diácono; y, queriéndole persuadir muchos que, pues ya estaba en aquel grado, procediese a ordenarse de misa, se encomendó a nuestro Señor, y con mucho temor y aflicción le suplicó le enseñase su santa voluntad para la cumplir; y, yendo por un camino pensando en este negocio y perseverando en pedir lumbre al Señor, le apareció un ángel con una redoma en la mano, clara y transparente como un cristal, llena de un licor claro y resplandeciente, y díjole estas palabras: «Francisco, tan claro como este licor y este vaso ha de ser el ánima del sacerdote». Y él, considerando aquel resplandor y grande limpieza y cotejando con ella la disposición de su ánima, le pareció, con ser san Francisco, que no llegaba el caudal de su limpieza a tener suficiencia para celebrar una misa; y quedóle esto tan impreso en el ánima, que nunca jamás, por mucho que fuese convidado a ello, se pudo acabar con él que se ordenase de sacerdote[85].

[CONTRASTE CON LA REALIDAD]

[Llamada a la renovación]

25. ¡Oh quién no se pasara de aquí ni huyera de la hermosura de este monte, sino que se estuviera mirando en cuán grande estimación ha sido tenida de los santos varones esta honra sagrada del sacerdocio! Pues unos le tuvieron tal reverencia, según hemos dicho, que no se atrevieron a la tomar, y otros que la tomaron fue por pura obediencia de Dios y suficientes señales de que Él lo mandaba; y, como llamados por Él y a órdenes de su misericordia, trataron su santo Cuerpo y Sangre con mucha reverencia y temblor, con abundancia de lágrimas y de contrición, con amor encendido; y con tener en tanto aquel rato de la misa, que, para hallarse allí cuales debían, ordenaban toda su vida, procurando limpieza y verdadera santidad; y, aunque eran ricos en ella, se tenían por faltos; teniéndola en tanto esta dignidad, como es la verdad, que ninguna santidad, por grande que sea, sobra ni iguala con lo que ella merece.
Mas ¡ay!, que somos compelidos a quitar los ojos de los que así reverenciaron este santo oficio y abajarlos a mirar a otros, cuya vista da tanta pena cuanto la otra vista consolación, como quien baja del cielo al infierno.
Muy bien empleada fuera para aquí la fuente de lágrimas que Hieremías pedía para llorar, de noche y de día, los muertos de su ciudad [cf. Jer 9,1]. Y aun con mayor causa, porque aquella muerte era de cuerpo y por ventura, para que el ánima se salvase; mas los vivos de aquí son muertos en ánima; y la causa es aún más dolorosa, pues han menospreciado a Dios y maltratádole en su misma persona divina. Esto hacemos y esto somos los malos sacerdotes, que de tal manera tratamos al Señor en el altar, que ningún dolor, de suyo, basta a igualar con tan gran pecado como en tan santo tiempo, obra y lugar se comete.
¡Seas para siempre bendito! Constriñóte tu inmensa bondad a descender del cielo a la tierra; y después que con muchos trabajos predicastes el camino del cielo y hecistes a los hombres copiosas mercedes, esta misma bondad tuya que del cielo te trajo te constriñó a subir en la cruz, donde, después de haber padecido grandes tormentos, perdistes la vida, para que, muriendo tú, cobrásemos nosotros la vida que por el pecado de Adán habíamos perdido, y también por los nuestros; y para que, viendo nosotros tan grandes señales de amor que de fuera mostrastes, conociésemos el gran fuego de él para con nosotros que en tu pecho ardía; y, siendo amados, te amásemos; y, desconfiada la desconfianza que nuestros pecados nos causan, confiásemos en la misericordia de quien así se entregó por nuestro remedio. Y porque, Señor, conocías la dureza de nuestro corazón y cuán presto olvida los beneficios ya recibidos, encumbrastes tu amor, que no tiene tasa, y ordenastes por modo admirable cómo, aunque te fueses al cielo, estuvieses acá con nosotros; y esto fue dando poder a los sacerdotes para que con las palabras de la consagración te llamen y vengas tú mismo en persona a las manos de ellos; y estás allí realmente presente, para que así seamos participantes en los bienes que con tu pasión nos ganastes, y la tengamos en nuestra memoria con entrañable agradecimiento y consolación, amando y obedeciendo a quien tal hazaña hizo, que fue dar por nosotros su vida.

[Ser signo de Cristo]

26. La intención del Señor esta fue; y la misa representación es de su sagrada pasión, de esta manera: que el sacerdote, que en el consagrar y en los vestidos sacerdotales representa al Señor en su pasión y en su muerte, que le represente también en la mansedumbre con que padeció, en la obediencia, aun hasta la muerte de cruz; en la limpieza de la castidad, en la profundidad de la humildad, en el fuego de la caridad, que haga al sacerdote rogar por todos con entrañables gemidos y ofrecerse a sí mismo a pasión y muerte por el remedio de ellos, si el Señor le quisiere aceptar. Y, en fin, ha de ser la representación tan verdadera, que el sacerdote se transforme en Cristo y, como san Dionisio pone, en semejanza de uno[86]; siendo tan conformes, que no sean dos, mas se cumpla lo que san Pablo dice: Qui adhaeret Deo, unus spiritus est[87] [1Cor 6,17].
Esta es la representación de la sagrada pasión que en la misa se hace; y esta significa tender los brazos en cruz el sacerdote, el subirlos y bajarlos, sus vestiduras, y todo lo demás[88]. Y con esta tal representación, el Eterno Padre es muy agradado, y el Hijo de Dios bien tratado y servido.

[¿Crucificar a Cristo de nuevo?]

27. Mas ¡ay dolor!, que se ha tornado muy al contrario la representación. Pues el sacerdote malo no representa a Cristo nuestro Señor sino en las palabras y en lo de fuera, mas en las costumbres y el tratamiento representa a los que le causaron la muerte y amarga pasión. Cosa agradable la primera representación y muy lamentable esta segunda. ¿Quién pensará, ¡oh Rey eterno!, que, después de haber cumplido la penosa obediencia de tu vida trabajosa y muerte de cruz que el Padre te puso por nuestro remedio, y después de haber resucitado en cuerpo glorioso, subido a los cielos con glorioso triunfo de la muerte y pecado, y sentado a la diestra del Padre, reverenciado, alabado y amado de ángeles y santos que están en el cielo, te quedaba, Señor, negocio en la tierra en que tu misma divina persona fuese menospreciada con tal trato, que tuviese semejanza con tu pasión?[89]
El jueves de la cena, en la noche, cenando el Señor con sus discípulos, y Judas con ellos y uno de ellos[90], dijo el Señor: Ecce manus tradentis me, mecum est in mensa[91] [Lc 22,21]. Y lo mismo, como dice Beda, dice el Señor a los ángeles, que está en el altar en manos del mal sacerdote. Y si el otro Judas le dio beso fingido de falsa paz, acá por cierto no falta. Mas ¡qué desabridos, Señor, y cuán amargos son los besos que te da en el altar el mal sacerdote y con cuánta tazón le dirás lo que al otro dijiste: Iuda, osculo filium hominis tradis![92] [Lc 22,48]. El beso señal es de paz y de amor interior, y de que los corazones están juntos, y la voluntad una. ¿Qué tienes tú, mal sacerdote, con dar por de fuera beso de paz, teniendo en lo de dentro tan gran desconformidad con la voluntad de Cristo, que, por contentar tus pasiones, traes contra él guerra cruel, y te haces uno de aquellos, y aún peor, qui loquuntur pacem cum proximo suo, mala autem in cordibus eorum?[93] [Sal 27,3]. ¡Oh qué distancia que hay y qué diferencia de la inmundicia y de la tal boca a la limpieza que ha de tener la que se llega a dar paz al purísimo Señor, amador y autor de la misma limpieza! ¡Ay dolor!, que con los mismos labios que una y muchas veces han besado a la mala mujer, con aquellos mismos es sacrílegamente besado el Hijo de Dios y entregado[94], aunque no a sayones, como Judas lo hizo, mas a miembros sucios y pecadores, como dijo Beda[95].

[El sentido de pecado]

28. ¿Qué tiene que ver tinieblas con luz, y Belial con Cristo? Quid tibi cum foeminis —dice san Jerónimo—, qui ad altare confabularis cum Christo?[96]. Si hubiera ojos tan aguileños que pudiesen claramente ver la limpieza de Cristo y la fealdad de la deshonesta lujuria, creo cairía [el hombre] muerto de dolor y espanto viendo que un hombre deshonesto osa tratar, besar y recibir a Cristo, fuente de toda limpieza. En la pasión fue mirado de sus enemigos con terribles ojos; aquí es mirado con ojos deshonestos, que se han cebado hasta no más en mirar con deshonestidad lo que no debían. ¿Y por qué se ha de consentir que el pecho que se juntó con la mala mujer se junte con Cristo, y le sea más desabrido tal abrasijo que el estar abrazado y apretado su sacratísimo pecho en la columna en que fue azotado en casa de Pilatos? ¿Qué dirá de las manos con que el mal sacerdote lo trata, habiendo el Señor mandado en la Ley [cf. Lev 11,39], según hemos dicho, que el sacerdote que hubiere tocado un ave o animal muerto, no pueda llegar al altar a tocar los sacrificios, que no eran más que otros animales? Manos ensangrentadas con malas obras; manos que han tocado las inmundicias que tú, Señor, sabes; manos muy propias para dar al Señor bofetadas tocándole indignamente, que le sean más lastimeras y causadoras de mayor dolor para su ánima, si padecer pudiese, que las bofetadas de los sayones le causaron en su benditísima faz. De esto se espanta san Bernardo, diciendo: Audent agni immaculati sacras contingere carnes, et intingere in sanguine Salvatoris manus nefarias, quae paulo ante carnes, proh dolor, meretricias attectaverunt![97]. Dice el mismo santo que de estos tales hay muchos; y, siendo razón que, conociendo su indignidad, la lavasen con lágrimas allí en el altar, no hay nada de eso; mas con temeraria osadía proceden adelante, hasta abrir la boca para recibir al Señor.

[El pecado en el sacerdote]

29. ¡Oh Rey eterno!, ¿qué sientes, qué dices, qué piensas cuando ves sobre ti abierta una boca sucia, oscura, ensangrentada, para te tragar como lobo a cordero? Mas ¿qué le preguntamos lo que muchos años ha que Él vio antes que se hiciese hombre? Y entonces dijo y se quejó de lo que agora pasa: Aperuerunt super me os suum, sicut leo rapiens et rugiens[98] [Sal 21,14]. Más terrible león es para el ánima del Hijo de Dios la boca del mal sacerdote que aquellos airados pontífices y crueles sayones, que abrían sus bocas deseándolo despedazar, fueron para su sagrado cuerpo.
El Señor sufre y calla como manso cordero; porque así como cuando vino al mundo, no a juzgarle, sino a hacer penitencia por nuestros pecados, siendo injuriado y llamado samaritano y endemoniado, no se vengó, mas respondió: «Yo no busco mi honra, sed est qui quaerat et iudicet[99] [Jn 8,50], así, aunque se ve tragar de boca tan indigna, sufre y calla, y remite la causa a su Padre, quejándose de este tal Judas, como se quejó del otro, diciendo: Deus, ne tacueris, quia os peccatoris et os dolosi super me apertum est [100][Sal 108,2]. Y cuanto más Cristo calla, más alto, et sicut parturiens[101] [cf. Is 42,14], hablará su Padre, castigando gravemente al tal pecador, que abrió su boca para tragar a su unigénito Hijo. ¡Boca inmunda, con deshonestidades y gula; lengua que ha tratado mentiras, jactancias, palabras de ira y deshonestas, y que ha mordido y comido carnes de prójimos diciendo mal de ellos, infamando sus vidas! Estos son de quien la Escritura dice que hay gente que tiene por armas y por saeta aguda sus dientes, y que la lengua de ellos es aguda navaja y saeta que hiere [cf. Sal 56,5]. Con esos dientes y lengua desuella el mal sacerdote y desmenuza en su boca a su prójimo; y quédale la boca ensangrentada de la sangre que ha bebido, como un perro que en la carnicería bebe la sangre de los animales que allí se degüellan. Y con boca ensangrentada con la sangre del prójimo, que es hijo adoptivo de Dios, va a recibir al altar a Jesucristo, que es padre de aquel cuya sangre lleva en la boca.
¡Oh qué desabrida cosa para un padre que tanto quiere a sus hijos! Mas al fin este trago le hace pasar un mal sacerdote, y, tomando a Cristo en la boca, le mete en un pecho más lastimero para él que la misma cruz en que fue puesto; porque en aquella estuvo Cristo colgado, como dice san Agustín[102], de su voluntad propia y con mucho contentamiento, porque con aquella tan áspera cama se limpiasen nuestras ánimas de los pecados y morase en ellas limpio en limpias; y, viéndose ahora metido en un pecho que de él al infierno hay poca diferencia, pues lo principal del infierno es haber pecados en él, no puede ser sin mucho dolor, si ahora lo pudiese sufrir, de ver sus trabajos perdidos, derramada en balde para con aquel su sangre, curada Babilonia y no haber sanado [cf. Jer 51,9]. El Señor impasible es agora, y dolor no cabe en Él; mas, cuando pudo caber, que fue viviendo en la vida mortal, entonces supo estos desacatos que se le habían de hacer, y gravemente amargaron su ánima, por ser tan graves pecados.

[Pérdida del temor de Dios]

30. Consagrado, pues, Cristo y recibido no en sepulcro nuevo, mas en un revolcadero de puercos infernales, acabada el sacerdote su misa y dicha muy apriesa, sálese a sus negocios y tórnase a sus pecados, sin respeto, temor ni vergüenza de la traición que ha hecho al Señor, para que así sea semejable a la desvergüenza de Judas, que ni el respeto a la presencia del Señor, ni la lealtad que se debe a los que juntos comen en una mesa, ni las amenazas ni las blanduras del Señor, ni el haberlo recibido en su pecho, como los otros apóstoles, le movieron al arrepentimiento y sentimiento de su pecado; ni le estorbaron a salir de la presencia del Señor a poner en efecto la maldad de su corazón.
Grave cosa es, dice san Bernardo hablando de la misma materia, tal desvergüenza. Porque, cuando viene a endurecerse y no ha miedo ni se espanta ni tiembla, ya entonces cosa es de desesperación. Qui enim horum sibi conscius, omnibus, tamquam qui iustitiam fecerit, divino sese vultui sistere non veretur, tamquam domesticus intrat et exit, magistrum salutat, genua flectit, osculatur ore sacrilego, dolose agit etiam in conspectu Dei, ut inveniatur iniquitas eius ad odium: odibilis plane Deo, probrosa temeritas, et impudentia execranda[103]. Han perdido el temor a Dios y la vergüenza a los hombres, y por esto su miseria es mayor; su remedio, más dificultoso; porque, como san Crisóstomo dice, laici, si peccant, facile emendantur; clerici, si delinquunt, inemendabiles evadunt[104].
Cosa triste que un pecador y un rufián tiemblen de una amenaza de Dios oyendo un sermón, y tengan alguna reverencia al templo de Dios, y altar, y sus cosas; y el sacerdote ha perdido el temor con la mucha comunicación. Amor no lo tiene, ni sabe qué es. ¿Qué le falta para hacerse semejable a Judas en vida y muerte? Y, siendo tan desagradable a los ojos de Dios, es tan profunda su ceguedad, que le parece que, aunque la noche pasada haya cometido un pecado de carne, que con reconciliarse, sin dolor, sin propósito de nueva vida, sin quitar las ocasiones (¡ay dolor!, muchos se tienen la mala compañía en su casa y luego se tornan a ella), y con esta confesión y absolución recibida de otro, qui in eadem damnatione est[105] [cf. Lc 23,40], osa llegarse al altar y maltratar al Hijo de Dios. ¿Qué será de ellos? Irritam quis faciens legem Moysis, duobus vel tribus testibus, sine miseratione moritur. Quanto magis putatis deteriora mereri supplicia, qui filium Dei conculcaverit, et sanguinem testamenti, in quo sanctificatus est, pollutum duxerit, et spiritui gratiae contumeliam fecerit? Scimus enim, qui dixit: Mihi vindicta, et ego retribuam; et iterum: Iudicabit Dominus populum suum. Y ¡con qué juicio luego lo declara, diciendo: Horrendum est incidere in manus Dei viventis![106] [Heb 10,28-31].

[Un fracaso posible]

31. Diferente ha de ser el juicio del sacerdote, pues diferente es su dignidad: Caeleste tenet officium, angelus Domini exercituum factus est; tanquam angelus aut eligitur, aut reprobatur. Inventa in angelis pravitate, et districtius iudicetur necesse est, et inexorabilior quam humana[107]. Esto dice san Bernardo[108], diferenciando el juicio y castigo de los sacerdotes del juicio del pueblo común, y comparándolo con el juicio y castigo de los demonios. ¡Oh miserable de ti!, dice el mismo santo contra el que, siendo indigno, procura el sacerdocio: Quo progrederis? an ut ab altiori gradu sit casus gravior? Nec enim sic paulatim decidas, sed tanquam fulgur in impetu vehementi; quasi alter Satanas, subito deiicieris [109]. Así cayó Satanás, y así murió Judas, y así mueren muchos de estos, semejables a ellos; unos, súbitamente, sin poderse confesar ni hablar; otros, obstinados y desesperados, que, aunque pueden, no quieren; otros, blasfemando y escupiendo la cruz, por justo juicio de Dios; y muchos de ellos, con la mala compañía en casa, y otras veces, a la cabecera de la cama del miserable sacerdote que se está muriendo. Justicia justísima de Dios que sea castigado con eternos tormentos el que holló al Hijo de Dios [cf. Heb 10,29]; y el que lo huella, como dice la Glosa: Qui peccat sine timore et paenitentia, et qui indigne communicat[110]; y entrambas cosas, y aun otra tercera, que es celebrar, caben en el mal sacerdote. Este ensucia, cuanto en sí es, la purísima sangre de Cristo, en la cual fue santificado cuando por ella le fueron perdonados sus pecados recibiendo debidamente los sacramentos. Hace injuria al Espíritu Santo, que se infundió en él, y le dio su gracia en el santo bautismo, y le dio su virtud para poder consagrar. Y quien a Padre, Hijo y Espíritu Santo tan gravemente desacata e injuria con vida tan profana y traición como la de Judas, con mucha justicia muere, de manera que ni en corazón ni en lengua haya contrición ni confesión para salud; que así murió el otro, reventando y no echando el ánima por la boca, como hacen los otros.

[Condolerse con Cristo]

32. ¿No habrá quien se adolezca de miseria tan grande, que unos oficiales de Dios sublimados en tanta honra, que tantas veces le tuvieron en sus manos, a quien los ángeles hacían reverencia, desciendan de tanta alteza y prosperidad a tormentos del infierno, y más graves que los de los otros, y sean esclavos perpetuos de los demonios, a los cuales ellos mandaban acá? Quéjase el rey Saúl: Non est qui vicem meam doleat[111] [1Sam 22,8]. Quéjase el Hijo de Dios en la cruz que no halló quien le consolase, y quéjase ahora, y muy gravemente y muy justamente, de que no haya quien torne por su honra y la ponga en el lugar debido. Muévanse con queja tan justa del Hijo de Dios, muévanse con la triste condenación de tantos sacerdotes, muévanse con la compasión de los males que por este pecado vienen al pueblo cristiano los que pueden poner en ello remedio, cada uno según su manera, porque no hay corazón, si un poco de conocimiento de Dios tiene, que pueda sufrir tanto menosprecio de Jesucristo, tanta perdición de ánimas, tantos males de diversas maneras. Y tú, Señor, Padre eterno de tu unigénito Hijo, celador de tu honra, numquid super his continebis te, Domine? Tacebis, et affliges nos vehementer?[112] [Is 64,12]. Habla, Señor, por tu misericordia, enviando tu Espíritu Santo en los corazones de aquellos que lo pueden remediar, y favoréceles tú para que salgan con ello.

[El dolor de la Iglesia]

33. Posible es que haya aquí alguno a quien parezca encarecimiento y no verdad estos males que de la clerecía contamos. Yo deseo que fuese así; mas quien quisiere informarse de lo que pasa y con el profeta Ezequiel cavar esta miserable pared, verá tan grandes abominaciones en esta Babilonia[113] [cf. Ez 8,8-9], que le muevan a mayor compasión y desmayo que la perdición de la otra terrenal movió al profeta Isaías [cf. Is 21,3-4]. Y, si aún no quiere descender a tocar con las manos tan hediondo cieno, considere una gente que desde muchachos[114] se crió sin obediencia, sin clausura, sin devoción y con ruines compañías, yendo de día y de noche a donde se les antojaba, llevándolos sus inclinaciones que de Adán heredaron, sin tener freno ni quien les vaya a la mano, y, en fin, viviendo con la miseria de sus apetitos, y en tiempo del fervor de la mocedad, y con muchas ocasiones para el mal, y sin los reparos necesarios para salir un hombre vencedor contra enemigos tan fuertes; echar estos tales sobre sí una carga que es para hacer temblar a hombros de ángeles, que pide limpieza de cuerpo y de ánima, y usada por muchos años, de todo lo cual carecen, y todo lo contrario tienen, y casi convertido en naturaleza por la larga costumbre, ¿qué frutos se han de esperar de estas tan malas raíces (si Dios no hace un milagro o casi milagro] sino los tristes y amargos que ven nuestros ojos y hacen dentera a la madre Iglesia, porque filius stultus moestitia est matris suae?[115] [Prov 10,1].
La vida del sacerdote ha de ser que carezca de pecado mortal desde que se bautizó[116]; y esto quiso decir san Pablo cuando dice: el que ha de ser presbítero, ha de ser sine crimine [cf. Tit 1,5-7]; porque no basta, como san Jerónimo dice, que, si ha pecado, lo haya llorado, sino que se requiere que no lo haya hecho[117]. Y esto no va fuera de razón, pues en los legos tiene la Escritura divina y los santos por cosa muy grave, y habla de ella con grandes encarecimientos, el pecar mortalmente después de ser uno recibido por hijo de Dios en el santo bautismo. ¡Cuánto con mayor razón se pedirá esta limpieza y lealtad al que es elegido para relicario de Dios y para un trato tan familiar, que no se debe encomendar a quien ha sido traidor al Señor!

[Falta el sentido de Iglesia]

34. La gente que esto hace es, ordinariamente, sacerdotes pobres y de gente del pueblo, cuya necesidad del comer corporal les hace frecuentar este divino misterio[118]. Otros hay, gente más principal, en nada aficionados a ser de la Iglesia; ni suspiran por aquella bienaventurada contratación que hay entre Dios y el sacerdote, ni aun la estiman en mucho, porque ser sacerdote solo no les hincha el seno de sus terrenales deseos. Estos, si entran en la Iglesia, no es porque elijan ser bajos en la casa del Señor más que ricos en el mundo; y, si se les ofreciera buen aparejo para casarse, aquello eligieran; sino porque en ello se les ofrece mayor materia para sus riquezas y descansos que no en el mundo. Y como con este fin entran, después de entrados, gustan poco o muy poco del decir una misa; y, si la dicen, es porque la prebenda les obliga a ello o por no dar nota de malos cristianos; y así, dícenla pocas veces y con tibieza; y, como no la estiman ni tienen la santidad ni aparejo que convenía, no gustan de ella; y los que mejor aparejados les parece que van a decirla, a duras penas llevan aparejo para bien comulgar como legos, sin saber por experiencia aquella fuerza de oración que por el pueblo y el mundo les es pedida y sin tener la santidad que este oficio demanda. Y quien esto hace es estimado en mucho, porque les parece que una persona rica y principal decir misa de aquella manera es una grande hazaña, y que, como tal, debe ser estimada y agradecida. Y dicen verdad, si cotejan a estos con otros de sus prendas, que hay, que dicen misa con vida tan deshonesta, y públicamente deshonesta, sin ser nadie parte para lo remediar. Mas el juicio de Dios, que, según su justicia, ha de juzgar a cada uno por sí, no justificará la falta menor porque haya otra mayor.

[Situación penosa]

35. De lo dicho parece claro cuán caída está la Iglesia en esta parte tan principal de ella como es el sacerdocio, cuán deturpada su faz, cuán ciegos sus ojos, cuán muda su lengua y cuán poco socorro de oración dan a la Iglesia los que lo tienen por oficio y obligación; antes están tales, que han menester socorro de oraciones ajenas que se opongan a la ira de Dios para que no los castigue. Y así el Señor busca, según dice en Ezequiel, varón que resista a su ira y se oponga contra él en favor del pueblo [cf. Ez 22,30-31]. Y, como no lo halla, derrama su indignación sobre su pueblo, según por experiencia lo leemos más en nuestros azotes que en los mismos libros[119]. Y, aunque algunos sacerdotes haya que hagan su oficio medianamente, mas aun estos faltan de su alteza que esta dignidad pide; y son tan pocos en comparación de los malos, que la menor parte es vencida de la mayor.


[INDICACIONES PRÁCTICAS PARA LA CURA DE ALMAS]

[De los curas párrocos]

[La dignidad y santidad del pastor]

36. Muchas cosas se requieren para cumplir con la obligación del oficio de cura de almas; porque, si miramos a la dignidad sacerdotal que le es aneja, conviene tener ferviente y eficaz oración, y también santidad, según arriba se ha dicho; lo cual ha de ser con tanta más ventaja en el cura cuanta mayor y más particular obligación tiene de dar buen ejemplo a sus parroquianos y de interceder por ellos ante el divino acatamiento de Dios con afecto de padre y madre para con sus hijos, pues se llama padre de sus parroquianos. Y si se mira cuántas y cuán diversas son las ocupaciones que pide su oficio[120], se verá cuán a la mano y convertido en naturaleza le conviene tener uso de la santa oración, porque no es cosa fácil tener oración y devoción entre muchas ocupaciones, aunque sean buenas. Y de la misma causa viene ser menester que su santidad sea muy firme, porque hay en su oficio tantas ocasiones de perderla, como la razón y la experiencia lo dan a entender y san Juan Crisóstomo lo pondera[121]; y san Agustín se maravilla mucho de los que en este oficio tienen en pie la virtud[122].

[Santificación en el ministerio]

37. Aliende de esta obligación que tiene de ser buen sacerdote y de guardar su propia conciencia, sucede el tener por oficio ayudar y enseñar las ánimas de los feligreses, cosa que requiere, como san Gregorio dice, no menor santidad que para ofrecer el santo sacrificio del altar[123]. Y san Crisóstomo, ponderando esto, dice que a quien se le encomiendan las ánimas, le es encomendado el Cuerpo místico de Jesucristo para que lo cure y fortalezca, y lo hermosee con tantas virtudes que sea digno de ser llamado cuerpo de tal cabeza, como es Jesucristo[124]. Lo mismo les dice san Pablo, en sentencia, en aquellas palabras: Despondi enim vos uni viro, virginem castam exhibere Christo[125] [2Cor 11,2]. Gran negocio es encargarse un hombre de doctrinar a una esposa de un rey muy grande, y ponerle tales costumbres, que den contentamiento al rey, siendo ella flaca en la virtud, y no de mucha prudencia, y no muy obediente a su ayo.
Y así, el Señor manda a los pastores de las ovejas racionales que esfuercen lo flaco, que sanen lo enfermo, que aten lo quebrado, que reduzcan lo desechado y busquen lo perdido [cf. Ez 34,4], para lo cual son menester muchas y muy buenas partes, porque no en balde dijo san Gregorio: Ars artium, regimen animarum[126]. Menester es mucha prudencia para saber llevar a tanta diversidad de gentes y aplicar a cada uno su medicina según a cada uno conviene; menester es mucha paciencia para sufrir importunidades de ovejas sabias y no sabias; y que le dé Dios, como a Hieremías [cf. Ez 3,9][127], una faz tan fuerte como diamante y pedernal, para que no sea vencido por amenazas y malas obras de los que no consienten que los saquen de sus pecados, ni que los reprendan, ni que los curas hagan su oficio. Conviene ser como el profeta que dice: Repletus sum fortitudine Domini, ut annuntiem Iacob scelus suum[128] [Miq 3,8]; virtud tan necesaria para los que tienen oficios públicos, cuan rara de haber, porque pocos hay que el querer complacer a amigos y el temer desplacer a enemigos, no les toque en poco o en mucho.

[Predicación y estudio]

38. Quien es médico, ciencia de medicina ha de tener para enseñar; y lo que el cura ha de enseñar es la fe y costumbres cristianas. En el principio de la Iglesia era oficio del diácono catequizar a los que habían de ser cristianos, instruyéndolos en los artículos de la fe y purgándolos de las malas costumbres mundanas en que, como gentiles, se habían criado. Y, después de bautizados, era a cargo del cura alumbrarlos en el conocimiento de los santos sacramentos, como dice san Dionisio[129]; en instruirlos con buenas amonestaciones de vida, como dijo san Clemente Papa[130]. Mas ahora, como cesó el oficio de los diáconos, está a cargo del cura enseñar a los parroquianos lo que les conviene obrar para que se salven. Y, para que esto se haga con fruto, menester es que el tal cura sea medianamente docto en la ley de Dios, que está en su santa Escritura, porque en ella está lo que conviene para estos efectos, como dice san Pablo: Omnis Scriptura divinitus inspirata, utilis est ad docendum, ad arguendum, ad corripiendum, ad erudiendum in iustitia[131] [2Tim 3,16]; y así, conviene que sepa la sagrada Escritura, aunque no las dificultades, mas lo llano de ella.
Y porque los santos doctores, como alumbrados de Dios y experimentados en las curas de las enfermedades espirituales, han escrito muchas cosas muy provechosas para el conocimiento y medicina de las tales enfermedades, y muy saludables recetas para conservar la salud alcanzada y para enseñar y persuadir el camino de Dios, conviene que el cura sea leído en la lección moral de los santos, pues sin ella ni entenderá seguramente la sagrada Escritura y hará muchos yerros en la cura de las ánimas por no aprovecharse de los avisos de los médicos que Dios nos dio.

[Orientar y dirigir]

39. No solo el cura es médico y maestro, mas también es juez. Y para dar sentencias con que abra y cierre el cielo a sus súbditos, conforme a la voluntad de Dios, conviene que también tenga conocimiento de particulares cosas de conciencia, que se tratan en concilios y Derecho canónico y sumas de hombres doctos en esta facultad[132]. Y, para cumplir bien con tantas obligaciones, menester es mucho favor del Señor, mucha diligencia del cura, pues que, como dicen los santos[133], las condiciones que el Apóstol pide al que ha de ser buen obispo, las mismas se piden, aunque no con tanta perfección, para hacer bien el oficio de cura.
Y también le conviene el oficio de ser atalaya; y por esto, a los presbíteros de Éfeso llamó san Pablo obispos [cf. Hch 20,28]; y también se llaman pastores [cf. Ef 4,11], y a ellos también dicen las amenazas del Señor contra los pastores que no hacen lo que deben. Y particularmente el apóstol san Pedro habla con ellos, diciendo: Seniores qui in vobis sunt[134]; o, según el griego, presbyteros [1 Pe 5,1], etc[135]. Y en parte corren mayor peligro que los mismos obispos, porque tienen trato más particular con personas de diversas maneras, que causan más vehementes peligros cuanto más de cerca se tratan; y por eso ha de estar muy entero en toda virtud, y especialmente en el uso del santo sacramento de la Penitencia, en el cual ha menester mucha prudencia, caridad, castidad, eficacia en la palabra y ferviente oración. Sobre todo conviene al cura tener verdadero amor a nuestro Señor Jesucristo, el cual le cause un tan ferviente celo, que le coma el corazón, con pena de que Dios sea ofendido, y le haga procurar cómo las tales ofensas sean quitadas, y que sea honrado Dios y muy reverenciado así en el culto divino exterior como en el interior, teniendo para con Dios corazón de hijo leal, y para con sus parroquianos, de verdadero padre y verdadera madre. Tales deben ser los curas cristianos, que no tengan necesidad que otro mire por el ánima de ellos, porque, como san Gregorio dice, hi quibus adhuc aliena auxilia necessaria sunt, ad subveniendum aliis promovendi non sunt[136].

[De los confesores]

[El ministerio de la confesión]

40. Muy cercano es el oficio de medicinar ánimas, que incumbe al cura, al de los confesores, aunque no sean curas; el cual oficio ha de hacerse bien. Es tan importante para el bien de la Iglesia, que, a frecuentarse por buenos confesores, estaba andado mucha parte del camino para la reformación de la Iglesia, porque, tarde o temprano, todos los fieles se confiesan; y, si cayesen en manos de ministros que tuviesen arte de medicinar ánimas y celo de la salvación de ellas, cierto andaría el pueblo cristiano a muy diferente paso del que agora anda.
Cuáles hayan de ser las partes que haya de tener el confesor, cura o no cura, declaradas están en la clementina Dudum de sepulturis, cuyas palabras son estas: Eligere studeant personas sufficientes, idoneas, vita probatas, discretas, modestas atque peritas, ad tam salubre ministerium atque officium exequendum[137].
En este santo sacramento no solamente se curan almas enfermas, mas se resucitan las muertas; y, como san Bernardo dice, magnum sacramentum est animae suscitatio[138]. Y muchas veces acaece ser cosa tan difícil poner al penitente en una razonable disposición para que sea capaz del fruto de la absolución sacramental, que ha menester el confesor mucha prudencia, paciencia y, sobre todo, caridad que le haga gemir y orar al Señor y hacer penitencia, porque por su ministerio dé lumbre y gracia a su penitente. Y para cumplir con este oficio, muy justamente pidió la clementina las condiciones ya dichas, y ninguna es sobrada.

[Renovación]

41. Cotejadas las condiciones que se requieren para el buen uso del ministerio de curas y confesores con las que agora tienen los que agora ejercitan estos ministerios, dan causa de grave dolor, pues por maravilla hay quien las tenga todas, y muchos carecen de las más, y otros están sin ningunas.
La buena vida que para esto se requiere ha faltado tanto, que ha sido menester hacer caso de Inquisición lo que entre confesores y hijos de penitencia pasa. Y no ha sido en balde, pues se ha visto por experiencia ir tanto concurso de gente a denunciar de ello a los jueces de la fe como suele haber en una gran solemnidad o gran jubileo en tierra de gente devota. Hanse averiguado cosas muy feas, indignas de ser habladas, y bastantes para provocar la ira de Dios y castigar a su pueblo con recios azotes. Y por aquí se puede sacar los graves yerros e intolerables estragos que en las ánimas hacen estos tales ministros, tanto más peligrosos cuanto menos pueden salir a juicio exterior para ser remediados.

[La raíz del mal]

42. Pues, si miramos a la ciencia que deben tener los dichos ministros, tampoco la hay, como es cosa notoria aun a los ciegos. Y esto mismo ven los prelados; mas, si algún hombre les dice que por qué consienten tales ministros, respóndenle: «Danos vosotros mejores, y tomarlos hemos; no tenemos otros; tomamos lo menos malo de lo que hallamos». Y, si los prelados no tuvieran obligación a criar buenos ministros (de lo cual se hablará adelante), parece tener apariencia, porque, estando las cosas como están, no es de maravillar que haya tales ministros. Educación ni aparejo para alcanzar virtud no la hay; y así, con la soltura que viven antes que sean ordenados, con esa viven después. Pues oír casos de conciencia, y de conciencia moral, ¿dónde? Que en siete o más universidades que en estos reinos de Castilla hay, en ninguna de ellas se leen; y poco aprovecha para este intento que se lea en ellas Teología y Derecho canónico, pues los que administran estos oficios no se quieren poner a estudios tan largos, y a muchos falta la posibilidad para mantenerse en las dichas universidades; y, si alguno la tiene, no se quiere poner en esos trabajos; y, si quiere y sale con ello, pretende volar a ganancias mayores, y no se quiere abajar a trabajo de curas y de confesonario, salvo si no es para oponerse a algún curato de gruesa renta, con tan poco fruto de los parroquianos como se sigue de los otros que no tienen ciencia. Y de esta manera, así como Jesucristo nuestro Señor en el sacramento del altar es indignísimamente tratado por sus ministros, así su santo Cuerpo místico, que son las ánimas de los fieles, es malamente despedazado y deturpado por culpa de los malos ministros, tornándose lobos los que habían de ser pastores; haciendo carnicería en las ánimas los que habían de vivificarlas; teniendo cuenta con sus regalos e intereses y dándoseles muy poco por el aprovechamiento de sus ovejas: Curabant cum ignominia contritionem filiae populi mei, dicentes: Pax, pax, et non erat pax [Jer 6,14]. Absuelven a quien Dios no absuelve, y con aquello confortant manus pessimorum [Jer 23,14][139]. Y así, el oficio de curar ánimas en la confesión y fuera es hecho sin fruto y provocativo de la ira de Dios contra su pueblo.

[La doctrina conciliar]

43. Al santo concilio de Trento se dio noticia de este mal; y para algún remedio de él mandó que ninguno fuese ordenado de misa si primero no supiese administrar bien los sacramentos de la Iglesia, y principalmente el de la Penitencia[140]; y movióse a ello por ser informado que en algunas partes en particular se leían casos de conciencia, y no se podía acabar con los sacerdotes que la oyesen; y, si la oían, no la estudiaban; y ponían tantos impedimentos para lo uno y otro, que cansaban al lector y al prelado. Y estos que, siendo ordenados, tanto aborrecen las letras, son tan cudiciosos de recibir el orden sacerdotal, que, sabiendo que no lo han de alcanzar si no estudian primero, se sujetan al estudio por salir con aquella impresa.
Mas esto tan santamente decretado, como cosa en que intervino el Espíritu Santo, no lo guardan los prelados; y debe ser porque, en los más de los lugares, no hay quien lea casos de conciencia; y, porque no les cueste algunos dineros el poner quien los lea, ordenan a quien no los sabe, y de estos tales salen los confesores y curas.

[No se cumplen los decretos conciliares]

44. También se mandó por el mismo concilio, para este mismo efecto, que ningún presbítero, ni secular ni religioso, pudiese confesar si no fuese examinado por el ordinario[141]. Ya no se guarda, o tan mal guardado, que se están las cosas como de primero. Y estaban tan mal, así en los clérigos seculares como en muchas religiones, aun de las mendicantes, que era cosa que no se debía sufrir por el grave daño que a las ánimas se seguía, así por la ignorancia de los confesores como por la mala vida de ellos; porque los males que se han averiguado en estos negocios alcanzado han a los unos y a los otros.

[De los predicadores]

[Anunciar la Palabra]

45. El oficio de los predicadores de la Palabra de Dios es comparado a muchas cosas temporales, para que por ellas, como por rastro, vengamos en conocimiento de la alteza de este ministerio. Son llamados cielos porque, como estos materiales manifiestan la gloria de Dios [cf. Sal 18,2], ellos, con más claridad, predican las perfecciones de Dios; y son gente deputada para glorificar al Señor, de los cuales se entiende lo que dijo Isaías: Plantatio Domini ad glorificandum [Is 61,3]; y en otra parte: Populum istum creavi mihi; laudem meam narrabit[142] [cf. Is 43,21].
Dichoso oficio, por el cual Dios es engrandecido en los corazones humanos y estimado por digno de ser temido, y reverenciado, y amado.
Mas, porque la divina bondad tiene por honra el hacer bien a los hombres y quiere mostrar su grandeza, dales remedio para su salvación, tomando por medio para salvar a los hombres a los mismos predicadores, que quiso que fuesen instrumento para glorificarle a Él. Y así, de estos cielos se entiende lo que el Señor dijo por Isaías: Quomodo descendit imber et nix[143] [Is 55,10]. La Palabra del Señor, en boca de sus predicadores, riega la sequedad de las ánimas como pluvia del cielo venida; y, embriagadas con dulce amor del Señor, les hace dar frutos de buenas obras. Y por experiencia se ve que el pueblo donde hay predicación de la Palabra de Dios, se diferencia de aquel donde no la hay como tierra llovida y fértil a la seca, que, en lugar de fruto, dé abrojos y espinas. Mas, porque la tierra, aunque llovida, ha menester, juntamente con su humedad, ser ayudada del calor del sol, son también [los predicadores] comparados al mismo sol, porque con el calor y fuego de la Palabra de Dios producen en las ánimas fruto provechoso a quien lo hace, y sazonado y sabroso al Señor; y, con alumbrar el entendimiento, dan conocimiento de Dios y enseñan el camino del cielo, alumbrando de los tropiezos que en él se pueden ofrecer.

[Cristo, Palabra de Dios]

46. Y por no contar cada cosa de por sí de lo mucho que en esto hay que decir, lo sumaremos en que esta Palabra que del cielo descendió a este mundo vino haciéndose hombre; el cual alumbró la tierra con su doctrina y ejemplos, como verdadero sol y verdadera luz; y embriagóla, consolándola y alegrándola, dando vista a los ciegos, oído a los sordos, y salud a los enfermos de grandes y diversas enfermedades, y aun resucitando los muertos; y después dio su vida en la cruz, muy bastante para ganar a los hombres la vida bienaventurada que no tiene fin.

[La Palabra actual en la Iglesia]

47. Mas todos estos bienes que la Palabra de Dios increada obró en los cuerpos de los hombres y los que ganó, mediante su pasión, para las ánimas, los obra y efectúa mediante su Palabra que acá dejó. Con esta alumbra nuestras ignorancias, enciende nuestra tibieza, mortifica nuestras pasiones y, lo que más es, resucita las ánimas muertas, que es mayor obra que criar cielos y tierra. Con esta Palabra hiere el Señor y da salud, mortifica y da vida, mete a los infiernos y saca [de] allí, humilla y ensalza, porque con temor de su justicia hace temblar al pecador y conocerse por digno del infierno; y con la dulcedumbre de sus palabras, que prometen misericordia a los penitentes, consuela al lloroso, y levanta al caído, y hace confiado al que estaba para desperar; y no solo le libra de la muerte, mas dale mantenimiento de vida, porque su Palabra, mantenimiento del ánima es; y agua con que se lave, fuego con que se caliente, arma para pelear, cama para reposar, lucerna para no errar; y, finalmente, así como la Palabra de Dios increada tiene virtud de todas las cosas, así esta Palabra suya en...[144].




  1. Basado en la edición publicada por el autor en su obra Las fuentes en el tratado del sacerdocio de San Juan de Ávila, a la luz del conjunto de sus escritos de teología y espiritualidad sacerdotal (Madrid 2019)
  2. Cf. Gerberto de Aurillac (Silvestre II), De informatione episcoporum, ML 139,170B (atribuido a san Ambrosio).
  3. Cf. San Ignacio de Antioquía, Epistola ad Ephesios 13, MG 5,745: «Date itaque operam, ut crebrius congregemini ad gratias Deo agendas, illiusque gloriam». En la traducción latina común a las diferentes ediciones de principios del XVI, la cita se ajusta mejor al pensamiento manifestado por San Juan de Ávila: «Festinate ergo frequenter accedere ad eucharistiam et gloriam dei»: «Apresuraos a acceder con asiduidad a la Eucaristía y la gloria de Dios». Tomado de S. Ignacio de Antioquía, Gloriosi Christi martyris Ignatii Antiocheni antistitis, Epistolae undecim (Basileae 1520) 78-79.
  4. Cf. Gerberto, De informat. episcop., ML 139,170C.
  5. Cf. Clichtove De vita et moribus sacerdotum f. 6r-8v. Clichtove dedica todo un capítulo a desarrollar esta afirmación.
  6. Todo lo que sigue es una reflexión en torno a los pensamientos de los dos largos pasajes que citará más abajo: cf infra, n. 12. A las fuentes señaladas en esa nota debemos añadir, sobre la comparación de la dignidad sacerdotal con la angélica, y la reverencia que estos tributan a los sacerdotes, el opúsculo medieval atribuido a San Bernardo, Instructio sacerdotis, sobre todo el capítulo 9 (ML 184,785-786). Sala Balust también señala San Bernardo, De Conversione ad clericos c.20,34, ML 182,853D. Ambos lugares citados también como fuente en Reiter The «Stella Clericorum» and its readers 209.
    También puede verse el paralelismo con De Imitatione Christi l.4 c.5. Citamos la versión en romance, T. de Kempis, Contemptus mundi (Toledo 1512) f. 70v (sin numerar): «Grande es el misterio y grande la dignidad de los sacerdotes, a los quales es otorgado lo que no es otorgado a los ángeles. Ca los sacerdotes solos ordenados canonicamente en la yglesia tienen poder de celebrar, y consagrar el cuerpo de Cristo».
  7. «Sacerdotes del Señor, bendecid al Señor; alabadlo y ensalzadlo por los siglos».
  8. «¿Quién puede contar las hazañas del Señor y proclamar sus alabanzas?».
  9. «Venid y ved las obras del Señor, que es benignísimo, muy amable para con sus sacerdotes». El texto original de la Vulgata dice: «Venite, et videte opera Domini: terribilis in consiliis super filios hominum»: «Venid y ved las obras del Señor, que es terrible en sus juicios para con los hijos de los hombres». El Maestro cuenta con que los sacerdotes a quienes se dirige están familiarizados con el texto original y, mediante esta paráfrasis en la que cambia el sentido, busca sorprender y mover a la confianza en la misericordia divina.
  10. «Trocó el mar en tierra seca».
  11. San Juan de Ávila hace una reflexión similar en la Plática 1ª n. 6, NEC I 790, y en el Sermón 36 n. 98, NEC III 486. El pensamiento es muy similar al de Clichtove De vita et moribus sacerdotum f. 14r, que pensamos puede ser fuente de San Juan de Ávila en este punto. También guarda mucha similitud con lo que dice S. Juan de Capistrano, Speculum clericorum (Venetiis 1580) f. 10v.
  12. Los dos pasajes citados a continuación, atribuidos el primero a S. Gregorio y el segundo a S. Bernardo, se encuentran tal cual en Biel Sacri canonis misse tam mystica quam litteralis expositio f. 8r. Se encuentran también, muy similares y seguidos en el mismo orden, aunque atribuidos ambos a San Bernardo, en el manuscrito del Stella Clericorum que edita Reiter (cf. Reiter The «Stella Clericorum» and its readers 268-270), pero en la edición incunable que había en San Ildefonso están separados (cf. Anónimo medieval Stella clericorum f. 9v-10r, 15r). El texto procede de otro escrito medieval, atribuido generalmente a San Agustín y con menos frecuencia a San Bernardo, conocido como De dignitate sacerdotum. Sobre la importancia de ese pasaje, y su presencia en obras posteriores, cf. Reiter The «Stella Clericorum» and its readers 209; R. Laurentin, Maria, Ecclesia, sacerdotium. Essai sur le développement d’une idée religieuse (Paris 1953) 43. Coinciden, además, algunas frases con Pseudo-Bernardo Sermo de excellentia SS. Sacramenti, ML 184,983B; DG D.2 c.73 de cons.; Clichtove De vita et moribus sacerdotum f. 15r-v.
  13. «¡Oh veneranda dignidad de los sacerdotes, en cuyas manos se encarna, como en el útero de la Virgen, el Hijo de Dios! ¡Oh sagrado y celestial misterio, que por ti obran el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo! En un mismo instante, el mismo Dios que impera en el cielo, está en las manos del sacerdote en el Sacramento del altar. Queda atónito el cielo, se admira la tierra, muestra reverencia el hombre, se horroriza el infierno, tiembla el diablo y adoran los altos coros de los ángeles».
  14. «¡Oh venerable santidad de manos! ¡Oh feliz ministerio! ¡Oh verdadero gozo del mundo, en que Cristo maneja a Cristo, el sacerdote al Hijo de Dios, cuyas delicias son estar con los hijos de los hombres! ¿Quién vio cosa igual? ¿Quién vio algo semejante?: Quien me creó a mí sin mí, se crea mediante mí».
  15. Sobre el nombre de «bendición mística» aplicado a la Eucaristía, cf. San Cirilo de Alejandría – Dionisio el Exiguo, Epistola Synodica S. Cyrilli et Concilii Alexandrini contra Nestorium, a Dionysio Exiguo latine translata, ML 67,15. El texto, aprobado por el Concilio de Éfeso (cf. Alberigo et al. Conciliorum Oecumenicorum Decreta 54), tuvo cierta relevancia en las controversias con los protestantes sobre la Eucaristía, de modo que aparece citado en varios de los libros de esa índole que hallamos en la biblioteca personal de San Juan de Ávila: cf. S. Juan Fisher, De veritate Corporis et Sanguinis Christi in Eucharistia libri quinque adversus Joh. Oecolampadium (Coloniae 1527) f. 117r; J. Costerius, De Veritate Corporis Et Sanguinis Domini Nostri Iesu Christi in Eucharistiæ Sacramento (Lovanii 1551) f. 60v; J. Faber – L. Surius – A. De Mouchy, De missa evangelica, et de veritate corporis et sanguinis Christi in eucharistiae sacramento. Quibus adiectus est libellus, in quo [...] sacrosanctum Missae sacrificium pie defunctis prodesse ostenditur (Parisiis 1558) f. 19v, 30r.
    El texto se encuentra en el tomo de las obras de San Cirilo que conservamos de la biblioteca personal de San Juan de Ávila: cf. S. Cirilo de Alejandría, Operum divi Cyrilli Alexandrini episcopi tomi quatuor, quorvm postremus nunc recens accedit, ex graecis manuscriptis exemplaribus fideliter latinitate donatus (Basilea 1546) t. IV col. 30. La expresión «bendición mística» aplicada a la Eucaristía aparece, además, otros lugares de las obras de San Cirilo (p. ej., en el comentario a S. Juan, cf. t. I cols. 202, 500, 542, 554, 609).
  16. Preferimos aquí la lectura «Eucaristía», que propone Abad «Tratado del sacerdocio» 120. Por un lado, nos parece que da más sentido al texto que viene a continuación, «que quiere decir hacimiento de gracias». Por otro, el Maestro está enumerando nombres que se le dan a la celebración del sacramento, y “bendición eucarística” no se puede considerar uno de ellos, mientras que “Eucaristía” sí.
  17. «A Él la gloria por los siglos de los siglos. Amén».
  18. El Maestro aduce un par de ejemplos de historias de sacerdotes que se condenaron, tomadas de la Historia Gentis Anglorum de San Beda y la Historia de San Antonino de Florencia, en la Plática 2ª (cf. NEC I 807). Algún ejemplo más en A. Aurifaber, Speculum exemplorum. Ex diversis libris in unum laboriose collectum (Argentinae —Estrasburgo— 1490) f. 263v-264r.
  19. «Nada hay en este mundo más alto que los sacerdotes». Gerberto, De informat. episcop., ML 139,171. Cf. Tomás de Irlanda, Manipulus florum (Placentiae 1483) Prelacio H.
  20. «Lo que somos por profesión, más lo demostraremos por la acción que por el nombre; para que el nombre responda a la acción y la acción responda al nombre; no quede vano el nombre y el crimen horrible; no sea sublime el honor y la vida deforme; no se deifique la profesión y sea ilícita la acción; no sea religioso de hábito e irreligioso el fruto; no esté en un peldaño excelso y sea deforme en exceso; no habite en la iglesia...; no sea ensalzado el sacerdote en la cátedra, mientras en la conciencia es hallado vil».
  21. Cf. San Bernardo, De consideratione l.2 c.7, ML 182,750C: «Monstruosa res gradus summus, et animus infimus
  22. Romana Ecclesia Missale ad usum sacro-sanctae romanae ecclesiae f. 116v, In festo Corporis Christi offert.. La cita está también en Clichtove De vita et moribus sacerdotum f. 25r, aunque refiriéndose directamente al texto bíblico sin mencionar el Misal.
  23. «Los sacerdotes del Señor ofrecen pan e incienso a Dios; por tanto han de ser santos para su Dios» [...] «Seréis santos, porque yo, vuestro Dios, soy santo».
  24. «La dádiva a escondidas aplaca las iras».
  25. «El que es intercesor en favor de una ciudad, ¿qué digo de una ciudad?, más aún, del mundo entero, y ruega para que Dios perdone todas las iniquidades, no solo de los vivos sino también de los difuntos, ¿cómo crees que se debe comportar? No creo que bastara la confianza de Moisés y Elías para esta intercesión. Así, aquel, a quien se le ha encomendado rogar por el mundo entero y se tiene por padre para con todos, se ha de acercar a Dios, pidiéndole que haga desaparecer los enconos, disipe los enfrentamientos y lo pacifique todo, y ponga fin a los males públicos y privados. Por consiguiente, el que intercede en nombre de todos tanto debe sobresalir por la excelencia de sus virtudes, cuanto más alto y elevado es su oficio». SAN JUAN CRISÓSTOMO, De sacerdotio, l.6,4, MG 48,680-681. La traducción latina que ofrece Migne es bastante diferente, pero el texto aparece tal cual lo tenemos en el Tratado, con mínimas diferencias, en S. Juan Crisóstomo, Opera Divi Joannis chrysostomi archiepiscopi constantinopolitani I (Venetiis 1503) f. 17v; Clichtove De vita et moribus sacerdotum f. 25v.
  26. Misma idea y cita bíblica en Clichtove De vita et moribus sacerdotum f. 20r-v.
  27. Cf. Pseudo-Agustín, Serm. 47,1, ML 39,1838; ÍD., Serm. 283,2, ML 39,2281.
  28. «El mismo Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza, pues nosotros no sabemos orar como es debido, es el Espíritu el que intercede por nosotros con gemidos inefables».
  29. Erasmo también pone en relación, acerca de este tema, las citas de 2Cor 12,8-9 y Rom 8,26. Cf. Erasmo de Rotterdam, Omnia opera Desiderii Erasmi Roterodami VII. Paraphrases in universum Novum Testamentum (Basileae 1540) 592.
  30. «De estos, Señor, tú no rechazas nunca las oraciones, si tú mismo les has inspirado para que oren por mí». Pseudo-Ambrosio, Precatio secunda. In praeparatione ad Missam 19, ML 17,762D. En realidad, el texto es de San Ambrosio Autperto, Oratio contra septem vitia, en CCCM 27B, ed. R. Weber (Turnhout 1979) 935-944, 947-959.
  31. Para esta parte, cf. Plática 3 nn. 5-6, NEC I 815-816, con pensamientos y citas muy similares.
  32. «Es tibia la oración que no va precedida por la inspiración» (SAN BERNARDO, De diligendo Deo, c.7,22, ML 182,987D).
  33. «Si ofrecéis un cordero [ciego] para inmolarlo, ¿no es una cosa mala?». Hemos añadido la palabra «caecum», que aparece en la Vulgata y en el Tratado está cambiada por «agnum», para hacer comprensible el texto.
  34. Cf. SAN JERÓNIMO, Comm. in Mal. l.1, ML 25,1549.
  35. «El Espíritu intercede por nosotros con gemidos inenarrables».
  36. «Fue escuchado por su actitud reverente».
  37. «Es necesario que, cuando hagamos esto, nos inmolemos nosotros mismos a Dios con corazón contrito, porque los que celebramos los misterios de la pasión del Señor debemos imitar lo que hacemos». San Gregorio Magno, Dialogi l.4 c.59, ML 77,428A.
  38. Cf. PSEUDO-AMBROSIO, Precatio prima in praeparatione ad Missam, 2, ML 17,751. Se trata de una oración que en tiempos de San Juan de Ávila se empleaba como preparación a la Misa, y se atribuía a San Ambrosio de Milán. Puede verse en el Misal, al comienzo: cf. Romana Ecclesia Missale ad usum sacro-sanctae romanae ecclesiae, en el prólogo, bajo el encabezamiento «Oratio dicenda ante Missam» (folios sin numerar).
  39. Cf. San Bernardo, Tract. de charitate c.7,31, ML 184,599D-600A.
  40. «Dolere potero, potero flere, potero gemere: adversus arma, milites, Gothos quoque lacrymae meae arma sunt; talia enim munimenta sunt sacerdotis»: «Puedo dolerme, llorar, gemir. Contra las armas, los soldados, incluso los Godos, mis armas son mis lágrimas. Pues éstas son las defensas que apresta el sacerdote». SAN AMBROSIO, Sermo contra Auxentium de basilicis tradendis, 2, ML 16,1008A. «Arma Ecclesiae fides, arma Ecclesiae oratio est, quae adversarium vincit.»: «Las armas de la Iglesia son la fe y la oración, y con ellas vence al adversario». ÍD., Lib. de viduis, c.8,49 ML 16,249C.
  41. Cf. Orígenes, In Lev. homil. 5,3-4, MG 12,452-454.
  42. Cf. De Imitatione Christi l.4 c.5. Kempis Contemptus mundi f. 71r (sin numerar): «[El sacerdote] delante lieva la cruz porque llore sus pecados, y detrás la lieva, porque llore con alguna compasión los pecados cometidos por los otros, y sepa que el es el medianero entre Dios y el pecador, y no empereze de facer oracion, ni del santo sacrificio, fasta que merezca recabar gracia, y misericordia».
  43. «Neque enim minus vos diligo quos in Evangelio genui, quam si conjugio suscepissem»: «No os amo menos a vosotros, los que he engendrado en el Evangelio, que si fueseis el fruto de mi unión matrimonial». San Ambrosio, De officiis ministrorum, l.4 c.7, ML 16,30C.
  44. «Non solum ergo in condenationibus, sed in benefitiis maior virtus sacerdotibus data est, quam carnalibus parentibus nostris»: «Pues no sólo para castigar, sino también para beneficiar ha dado Dios una virtud mayor a los sacerdotes que a los padres carnales». San Juan Crisóstomo, De sacerdotio, l.3,6, MG 48, 644; Juan Crisóstomo Opera... I f. 8r.
    Misma cita en Clichtove De vita et moribus sacerdotum f. 12r. Sin embargo, el significado que le da San Juan de Ávila no es exactamente el mismo que en Clichtove. Este último la trae para probar que los sacerdotes deben ser honrados y respetados, mientras que nuestro santo la trae, casi como excusa, para afirmar el amor que los sacerdotes deben tener por sus hijos espirituales. Esta idea no se encuentra en el texto de Clichtove, y en el del Crisóstomo está como en germen, no tan clara. Sin embargo, es un pensamiento muy característico de San Juan de Ávila (cf. p. ej. carta 1, NEC IV 5-14).
  45. «Quem alium hoc loco arietem accipimus nisi primum intra Ecclesiam ordinem sacerdotum?»: «¿Qué debemos entender aquí por “carnero” sino el principal orden dentro de la Iglesia, el de los sacerdotes?». SAN GREGORIO MAGNO, Moralia c.3,9, ML 76,528B.
    (N.B.: Sala y Martín señalan aquí Reg. past. p.1ª c.10, ML 77,23, que habla de la oración intercesora del sacerdote pero no dice nada de que el sacerdocio sea la parte principal de la Iglesia).
  46. «No hay quien invoque tu Nombre; no hay quien se levante [para mediar], y te detenga».
  47. San Jerónimo, Epist. 60,17: ML 22,601.
  48. SAN GREGORIO MAGNO, Reg. past. p.1.ª c.10, ML 77,23.
  49. Cf. los pasajes citados al principio, atribuidos a San Ambrosio. Además, sus tres libros De officiis ministrorum (ML 16,23-184) y el opúsculo apócrifo De dignitate sacerdotalis libellus (ML 17,567-580). Este último es citado con profusión por Clichtove en el último capítulo, dedicado a ponderar la dignidad sacerdotal: cf. Clichtove De vita et moribus sacerdotum f. 75v-76v. También San Juan de Ávila lo cita en alguna ocasión (cf. p. ej. sermón 73, NEC III 993-994).
  50. «El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él»; «El que se une a Dios se hace un espíritu con Él».
  51. «Quien dijo “sacerdocio”, designa al mismo tiempo a todos los órdenes sagrados. Del mismo modo, quien dijo “sacerdote” se refiere directamente al más excelso, a un hombre como divino». PSEUDO-DIONISIO AREOPAGITA, De ecclesiastica hierarchia c.1,3, MG 3,374. La cita diverge de la traducción de Baltasar Cordier que ofrece Migne, pero coincide esencialmente con la de Ambrosio Traversari: Pseudo-Dionisio et al., Opera Dyonisii II. Veteris et noue translationis, etiam nouissime ip[s]ius Marsilii ficini cum commentariis Hugonis, Alberti, Thome, Ambrosii oratoris. Linconiensis [et] Vercellensis... (Argentorati —Estrasburgo— 1502) f. 22r.
  52. «Ita ergo per te, quasi per vivam hostiam sanctificentur caeterae, cum quibus te ita in omnibus exhibeas, ut quisquis vitam tuam, aut visu, aut auditu contigerit, sanctificationis vim sentiat»: «Así por medio de ti, como de una hostia viva, los otros se santificarán. Porque en todo lo que hagas te mostrarás de tal manera que quien entre en contacto con tu vida, ya sea viéndola u oyendo hablar de ella, experimentará una fuerza santificadora». PSEUDO-JERÓNIMO, Epist. 13, Virginitatis laus, 16: ML 30,175D.
  53. San Gregorio Magno, Homil. 17 in Evang. 9.16, ML 76,1143B.1147D.
  54. Sobre el significado de las vestiduras sacerdotales, cf. San Jerónimo, Ep. 64 ad Fabiolam 8-22, ML 22,612-622. Cita este pasaje e interpreta su significado Biel Sacri canonis misse tam mystica quam litteralis expositio f. 8r.
  55. Cf. N. de Lyra – P. de Santa María – M. Doring, Biblia Sacra cum glossis, interlineari et Ordinaria, Nicolai Lyrani Postilla et Moralitatibus, Burgensis Additionibus et Thoringi Replicis I (Lugduni 1545) f. 190r: «Haec positio diversarum gemarum in rationali, multiplicem variarum virtutum gratiam ostendit, quae concordi serie in corde sacerdotis debet semper aparere»: «El colocar diferentes gemas en el racional, significa la rica gracia de las distintas virtudes, que deben siempre hallarse, en total armonía, en el corazón del sacerdote». Lyra toma la cita de San Beda el Venerable, De Tabernaculo et vasis eius, ac vestibus sacerdotum l.3 c.5, ML 91,470-471. La especial mención de la virtud de la castidad está también en varios lugares de la obra de Beda, y la recoge Lyra p. ej. en el f. 189r.
  56. «Los femorales, para cubrir su desnudez». Cf. San Jerónimo, Epíst. 64 ad Fabiolam 22, ML 22,622. Referencia a esa misma epístola de Jerónimo, también para explicar el significado de las vestiduras sacerdotales de la ley de Moisés, en Sermón 73, NEC III 994. Cf. también Beda De Tabernaculo… l.3 c.9, ML 91,484, citado en Lyra et al. Biblia Sacra cum glossis... I f.192r.
  57. Cf. SAN SIRICIO, Epist. ad Eumenium Tarraconensem Episc. 8, ML 84,634; Canones Apostolorum, c.17-18, ML 130,16; DG D.33 c.1-2.
  58. Misma cita, y pensamiento parecido, en Clichtove De vita et moribus sacerdotum f. 55r.
  59. Cf. Canones Apostolorum, c.25, ML 130,17A; DG D.81 c.12-13.
  60. Cf. DG D.82 c.5. Se cita la misma parte del decreto, sobre el mismo tema, aunque escogiendo cánones distintos a los referidos, en Clichtove De vita et moribus sacerdotum f. 56v-57r.
  61. «Él me glorificará porque todo lo que os di a conocer lo ha recibido de mí. Él dará testimonio de mí».
  62. Cf. (¿Pseudo?) San Juan Crisóstomo, Homil. 9 de poenitentia (vel De eucharistia in Encaeniis), MG 49,345. La expresión «hora tremenda», «hora terribilis» aparece en muchos lugares referida a la muerte o el juicio final, pero esta homilía es el único lugar en el que la hemos encontrado referida a la celebración eucarística. En algunas ediciones contemporáneas a San Juan de Ávila, también está presente esta homilía que contiene la expresión «hora terribilis» (en el griego, «φοβερὰ ὣρα»; Migne traduce tremenda). Cf. S. Juan Crisóstomo, Opera Divi Ioannis Chrysostomi III. Ea continens quibus evangelium beati Ioannis explicatur. Rursus homilias iuxta pias ac doctas in Acta apostolorum cum aliis aliquot (Parisiis 1546) f. 208v (la homilía se titula aquí De eucharistia in Encaeniis admonitorius sermo). No obstante, creemos que lo más probable es que la leyera en un libro de San Juan Fisher, que se encontraba en su biblioteca personal, donde cita el pasaje en cuestión: cf. Juan Fisher De veritate Corporis et Sanguinis Christi in Eucharistia libri quinque adversus Joh. Oecolampadium f. 53r.
  63. «Así pues, el intercesor debe exceder a todos por la excelencia de sus virtudes, por cuanto más alto y elevado es su oficio. Y cuando invoca al Espíritu Santo y ofrece la hostia venerable, dime, ¿cómo lo estimamos?, ¿cuánta dignidad y religiosidad le exigimos que tenga? ¡Piensa, ahora, cómo deben ser sus manos, ministras de cosas tan excelsas; cuál la lengua que se identifica con la de Cristo o con qué fuego hacer su alma más limpia y santa!».
  64. «En ese momento, los ángeles rodean al sacerdote, se constituyen en tribunal y cubren el altar con sus virtudes celestiales en honor de Aquel que se inmola; esto es cierto por lo que allí se realiza. A mí me han contado que un presbítero, admirable por su santidad de vida y que solía tener revelaciones, que durante la celebración de la misa veía y observaba (según le era posible) una multitud de ángeles vestidos con estolas refulgentes formando una corona en torno al altar, cuyo oficio era igual al de los soldados cuando están junto al rey; yo creo esto».
  65. «Uno me contó que lo había oído de otro, que los que salían de este mundo y participaron dignamente de los santos misterios con limpieza corporal, al expirar, eran tomados felices en manos de los ángeles. Entonces aún no te horroriza decidirte a aceptar tal ministerio lleno de vicios y pecados; al que está grabado con el carácter sacerdotal ¿Cristo lo va a arrancar de la comunidad de los vivos? El alma del sacerdote debe brillar iluminando al mundo con el esplendor de su vida; el mal nos cubre con tantas tinieblas y siempre nos cubrirá si (el sacerdote) no escucha a Dios con fe. Los sacerdotes son la sal de la tierra; quién es capaz de soportar nuestra necedad e ignorancia, sino vosotros que nos decís que nos amemos hasta el extremo». San Juan Crisóstomo, De sacerdotio, l.6,4, MG 48,681; Juan Crisóstomo Opera... I f. 17v. El texto, nuevamente, coincide casi por completo con el de la edición de 1503, con leves diferencias atribuibles a errores de copia o a citar de memoria. Parte del texto se encuentra, según la misma versión, en Clichtove De vita et moribus sacerdotum f. 15v, 28v. La versión es la misma, pero el fragmento que cita San Juan de Ávila es más extenso que el de Clichtove.
  66. «Si los ángeles, que te adoran y te alaban, tiemblan llenos de alegría, yo, pecador, cuando te asisto, rezo tus laudes, ofrezco el sacrificio, ¿por qué no se estremece mi corazón, palidece mi rostro, tiemblan mis labios y se horroriza mi cuerpo? Si ya lloro derramando lágrimas a raudales ante Ti. Me anonado cuando con los ojos de la fe te veo muy ofendido. ¡Pobre de mí cuando así se ha endurecido mi corazón y mis ojos no se convierten en constantes ríos de lágrimas cuando este siervo desgrana su oración ante su Señor, la criatura ante su Creador, el hombre ante su Dios, el que fue hecho de barro ante Aquel que todo lo hizo de la nada!... ¡Oh Dios, dador de todo bien, concédeme entre otras gracias una fuente de lágrimas junto con una pureza de corazón y la alegría de la mente, para que alabándote con dignidad y amándote siempre, deshecho mi corazón, sienta, guste y saboree cuán dulce y suave eres, Señor!». Pseudo-Agustín, Meditationes 34, ML 40,927-928. En las ediciones contemporáneas a San Juan de Ávila, esta meditación lleva el número 33, como por ejemplo la que se encontraba en la biblioteca de San Ildefonso: Pseudo-Agustín et al., Libellus meditationum (Brixiae 1498) f. 29r. Migne atribuye este texto a San Anselmo de Canterbury, bajo cuya autoría aparece otra serie de meditaciones en el mismo volumen de 1498 que citamos..
  67. «Enseña a este indigno siervo tuyo, a quien, entre tantos dones, te has dignado llamarlo al estado sacerdotal sin ningún mérito mío, sino solo por tu digna misericordia. Enséñame, te pido por tu Espíritu, a tratar con reverencia y honor, con la vocación y el temor necesarios, un misterio tan excelso. Concédeme, Señor Jesucristo, por tu gracia, creer y comprender (todo lo referente a este gran misterio), sentir y mantener firmemente, hablar y pensar lo que a Ti te agrada y es provechoso para mi alma... Señor Jesucristo, con cuánta contrición de corazón y cuántas lágrimas, con cuánta reverencia y temblor, con cuánta castidad corporal y pureza de alma, hay que celebrar aquel divino y celestial sacrificio, en el que se come tu carne verdadera, en el que se bebe tu verdadera sangre... ¿Quién se sentirá digno..., si Tú no lo haces digno? Lo sé y lo sé cierto y lo confieso ante tu Verdad soberana, que no soy digno de acercarme a celebrar tu misterio por mis muchos pecados e infinitas negligencias». Pseudo-Ambrosio, Precatio prima in praeparatione ad Missam, 1-2.4, ML 17,751-753. El texto se encuentra también parcialmente en Tomás de Irlanda Manipulus florum Eucharistia G.
  68. «Compórtate así y vive en el monasterio para que te acepten como clérigo; no manches tu juventud con ninguna culpa para que te acerques al altar de Cristo como al tálamo virginal». SAN JERÓNIMO, Epist. 125,17, ML 22,1082.
  69. Cf. supra, 582 n. 37.
  70. Cf. San Gregorio Magno, Homil. 17 in Evang. 10, ML 76,1143-1144. En esta homilía, que ya ha sido citada en el Tratado (cf. supra, n. 53), San Gregorio hace referencia al mismo texto del Éxodo, pero la doctrina que da aquí el Maestro Ávila es original: San Gregorio ve representados en los espejos los divinos preceptos, mientras que San Juan de Ávila los ve como figura de las palabras y ejemplos de los santos. La doctrina de la Glossa y de N. de Lyra es similar a la de S. Gregorio, y distinta de la del Maestro Ávila (cf. Lyra et al. Biblia Sacra cum glossis... I f. 211v).
  71. Cf. el comentario de Lyra a Cant 5,8 (Biblia Sacra cum glossis... III f. 363r): «[Filiae Hierusalem] perfectae […] nominantur ratione devotionis […], quam magis vigere solet in mulieribus»: «Las hijas de Jerusalén son llamadas perfectas en razón de su devoción, que suele darse en mayor grado en las mujeres».
  72. «¡Que viene el esposo, salid a recibirlo!».
  73. «¿Yo debo ser bautizado por Ti y Tú vienes a mí?».
  74. «Apártate de mí, Señor, pues soy un hombre pecador». La cita no coincide tal cual con ninguna edición de la Vulgata de las que hemos consultado, pero la encontramos exactamente igual en Sajonia Vita Jesu Christi f. 18v.
  75. «Mi alianza con Leví fue de vida y de paz. Y le di temor, y me temió, y se estremecía ante la presencia de mi nombre».
  76. Cf. Flos sanctorum c. 69, M. Á. Cortés Guadarrama, El «Flos sanctorum con sus ethimologías», 403.
  77. Cf. Carta 6, NEC IV 43.
  78. «Amigo, ¿cómo entraste aquí sin llevar el traje de boda?».
  79. «La limpieza de los que se acercan a celebrar los Sacramentos celestiales ha de ser tal que hasta los pensamientos más recónditos del alma sean limpios; así debe acercarse a celebrar los sagrados misterios, con la exigencia más íntima de pureza... Adquiere la más sublime pureza, para que, revestido del castísimo hábito de la esperanza divina, la imitación de la bondad divina le ayude a continuar, libre y expedito de todo afecto pecaminoso, y así se haga uno con Él». PSEUDO-DIONISIO, De eccles. hierarch. c.3,10, MG 3,439. La versión de nuevo coincide con la de Traversari: Pseudo-Dionisio et al. Opera Dyonisii II f. 29v-30r.
  80. Cf. Plática 1ª, NEC I 792; Carta 7, NEC IV 47.
  81. Cf. Flos sanctorum c. 46, Cortés Guadarrama El «Flos sanctorum con sus ethimologías» 324.
  82. Véase el ejemplo, v.gr., del abad Isaac en De vitis Patrum l.3 c.22, ML 73,752B. El ejemplo se encuentra en Aurifaber Speculum exemplorum f. 56r.
  83. Cf. Sulpicio Severo, De vita B. Martini 5, ML 20,163B. La anécdota no se encuentra en el capítulo dedicado a San Martín del Flos sanctorum.
  84. Cf. San Jerónimo, Epíst. 51, ML 22,518.
  85. Cf. M. de Lisboa – D. Navarro – A. de Angulo, Primera parte de las Cronicas de la Orden de los Frayles Menores... (Alcalá de Henares 1562) f. 30r. Sobre el origen de esta anécdota, cf. N. Papini, La storia di S. Francesco di Assisi. Opera critica II. Che contiene gli avvenimenti e fatti notabili del santo (Fuligno 1827) 26.
  86. Cf. Pseudo-Dionisio, De eccles. hierarch. c.3,3, MG 3,430; Pseudo-Dionisio et al. Opera Dyonisii II f. 28v. He aquí el texto: Cordier (Migne): «In unum redirigit eos qui ad se sancte ducuntur»; Traversari: «Secum unum efficit, qui ad illud purgatiore intelligentia subvehuntur»: «[Cristo] hace uno consigo a aquellos que se alzan a Él con un entendimiento más purificado». Toda esta parte del capítulo 3 habla sobre lo que dice aquí San Juan de Ávila, aunque de una manera bastante oscura. Nótese que, en la frase que reproducimos, la versión de Traversari encaja muy bien con las palabras del Maestro.
  87. «El que se une a Dios se hace un espíritu con Él».
  88. Cf. Biel Sacri canonis misse tam mystica quam litteralis expositio f. 18v-21v. En estos dos capítulos (lect. 11 y 12), el autor examina primero el significado cristológico de las vestiduras sacerdotales, y luego su significado en cuanto reflejan las virtudes que debe tener el sacerdote. En los capítulos siguientes, pasa a examinar el significado de los gestos, y de cada una las oraciones en particular. A lo largo de esas páginas, aparecen las ideas que propone San Juan de Ávila en este par de párrafos.
  89. Cf. Reiter The «Stella Clericorum» and its readers 263, Stella clericorum f. 7v-8r: «Magis enim delinquunt qui iam regnantem in celis contempnunt peccatis (scilicet indigne corpus Christi tractantes et sumentes), quam qui crucifixerunt eum ambulantem in terris": non quasi crucifixores, sed quasi tanti sacramenti indigni confectores et presumptuosi perceptores, quia "illi semel dominum crucifixerunt in terris, isti quantum in eis est indigne tractantes et sumentes cottidie crucifigunt»: «Más pecan los que le desprecian con sus pecados ahora que reina en el cielo (es decir, los que tratan y reciben indignamente el cuerpo de Cristo), que los que le crucificaron en la tierra. No porque lo crucifiquen, sino porque administran tan indignamente el sacramento, y lo reciben con tanta presunción. Pues aquellos al Señor lo crucificaron una sola vez en la tierra, pero estos, en lo que de ellos depende, lo crucifican cada día al tratarlo y recibirlo indignamente». Cf. Tomás de Irlanda Manipulus florum Blasphemia A.
  90. Uno de los sermones de Gerson cuya doctrina recomienda San Juan de Ávila para los sacerdotes, trata precisamente de la comparación entre el mal sacerdote y Judas. Cf. Sermo in cena Domini, ad ecclesiaticorum cautelam et eruditionem, en J. Gerson, Secunda pars Joannis Gersonis. De iis ferme rebus quae ad mores conducunt (Parrhysiis —París— 1521) f. 234r-236v.
  91. «La mano del que me entrega está junto a mí en la mesa».
  92. «Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?».
  93. «Hablan de paz con el prójimo pero llevan la maldad en el corazón».
  94. Cf. Reiter The «Stella Clericorum» and its readers 261, Stella clericorum f. 7r: «Sacerdos, qui eisdem labiis oscularis filium Virginis quibus osculatus es filiam Veneris: O Iuda, osculo tradis filium hominis!»: «Sacerdote, que besas al hijo de la Virgen con los mismos labios que han besado a la hija de Venus: ¡Oh, Judas, con un beso entregas al hijo del hombre!». Cf. Clichtove De vita et moribus sacerdotum f. 57r: «Vae tibi sacerdos, qui eodem ore oscularis filiam veneris; quo paulo ante sumpsisti filium virginis. O impie Iuda, osculo filium hominis tradis». Una cita similar atribuida a San Bernardo en Tomás de Irlanda Manipulus florum Sacerdos AC, y atribuida a San Jerónimo en Tomás De Aquino, Summa Theologiae p.III c.80 a.5.
  95. «Vae illi homini qui ad mensam Domini malignus accedit […]. Ille enim in exemplum Iudae filium hominis tradit, non quidem Iudaeis peccatoribus, sed tamen peccatoribus, membris videlicet suis, quibus illud inaestimabile et inviolabile Domini corpus violare praesumit […]. Vae inquam illi homini, de quo Jesus […] adstantibus sibi ministris caelestibus queri cogitur: Ecce, inquiens, manus tradentis me, mecum est in mensa»: «¡Ay del hombre que se acerca a la mesa del señor siendo malo! Pues, a ejemplo de Judas, entrega al Hijo del Hombre. No, desde luego, a los judíos pecadores, pero con todo a pecadores: a sus propios miembros corporales, con los que pretende violentar el precioso e inviolable cuerpo del Señor. ¡Ay, repito, de aquel hombre! Jesús se ve obligado a quejarse de él en presencia de sus celestiales ministros, diciendo: “He aquí que la mano del que me entrega está conmigo a la mesa”.» San Beda, In Lucam Ev. Expositio, l.6 c.22: ML 92,597-598; S. Beda el Venerable, Opera Venerabilis Bedae Persbyteri ... eiusdem comentarii II (Paris 1521) f. 136r-v. En el libro, al margen junto a este pasaje, se lee el epígrafe “In sacerdotes iniquos”.
    Parte de la cita se halla también en la Catena aurea super Lucam, c. 22 l. 6, coincidiendo aproximadamente con las dos primeras frases. Cf. S. Tomás de Aquino, Opus aureum sancti Thomae de Aquino super quatuor Evangelia (Catena aurea) (Venetiis 1493) f. 228r.
  96. «¿Qué tienes que ver con asuntos de mujeres, tú que en el altar entras en diálogo con Cristo?»; Cf. PSEUDO-JERÓNIMO, Epist. 42 ad Oceanum, De vita clericorum, ML 30,288; S. JerónimoErasmo de Rotterdam – J. OEcolampadio, Omnia opera Divi Eusebii Hieronymi Stridonensis II (Basileae 1516) f. 194v. En ambas ediciones, la frase es como sigue: «Quid tibi revera cum feminis, qui ad altare cum Domino fabularis?». Cf. Reiter The «Stella Clericorum» and its readers 261; Stella clericorum f. 7r. También aparece la cita en Santo Tomás De Aquino, Summa Theologiae p.III c.80 a.5.
  97. «Se atreven las manos pecadoras a tocar la carne sagrada del cordero inmaculado y a mojarse con la sangre del Salvador, cuando poco antes manoseaban, oh dolor, las carnes de la prostituta»; cf. Gaufredo Abad (inter opera S. Bernardi), Declamationes ex S. Bernardo, 12 n.13, ML 184,444D; S. Bernardo de Claraval, Opera Divi Bernardi Clarevallensis Abbatis II, editado por J. Clichtove (Basileae 1552) col. 1703. (N.B.: «attectaverunt» debe corregirse por «attrectaverunt»).
  98. «Abrieron contra mí sus fauces como leones que descuartizan y rugen».
  99. «Hay quien la busca y juzga».
  100. «Dios, no calles, pues los malvados y mentirosos hablan contra mí».
  101. «Y como parturienta».
  102. Sala Balust ofece una serie de textos en los que se habla de cómo Cristo padeció por nuestros pecados: SAN AGUSTÍN, De Trin. 4,14: ML 42,899-901; In Ps. 21,27-28: ML 36,179; Epist. 76,1: ML 33,264. Nosotros pensamos que, con la cita de San Agustín, el Maestro quiere recalcar sobre todo el aspecto de que padeció voluntariamente por nosotros, y por eso preferimos otra cita, tomada de In Iohannis evangelium tractatus, t.11 n.2, ML 35,1475: «Quia Filius Dei est, utique volens passus est; et si nollet, nunquam pateretur [...] Ergo quod passus est, misericordiae fuit. Traditus est enim propter delicta nostra»: «Puesto que es Hijo de Dios, sin duda padeció voluntariamente. Y si no hubiera querido, nunca hubiera padecido. Por tanto, su pasión fue un acto de misericordia, pues fue entregado a causa de nuestros pecados».
  103. «El que obra así ante todos, como quien ha cumplido su deber, no teme presentarse ante la faz divina, como el criado que entra y sale, saluda al maestro, dobla la rodilla, besa con labios sacrílegos, actúa falsamente en la presencia de Dios y su maldad termina en desprecio. Dios desprecia abiertamente la temeridad infamante y la imprudencia execrable»; cf. GAUFREDO ABAD (inter opera S. Bernardi), Declamationes ex S. Bernardo, 20 n.23, ML 184,450-451; S. Bernardo, Opera… II col. 1708. En todas las ediciones que hemos consultado, el texto es como sigue: «Quid enim? Horum sibi conscius homo, tanquam qui justitiam fecerit, divino sese vultui sistere non veretur; tanquam domesticus intrat et exit, magistrum salutat, genua flectit, osculatur ore sacrilego, dolose agit, sed in conspectu Dei; ut inveniatur iniquitas ejus ad odium. Odibilis plane Deo frontosa temeritas, et impudentia exsecranda».
  104. «El laico, si peca, pronto se corrige, pero el clérigo, cuando peca, no se enmienda». PSEUDO-CRISÓSTOMO, Opus imperfectum, In Mt homil. 43, MG 56,876; S. Juan Crisóstomo, Opera Divi Joannis chrysostomi archiepiscopi constantinopolitani II (Venetiis 1503) f. 158v. En ambas ediciones, el texto es el siguiente: «Laici delinquentes facile emendantur, clerici autem, si mali fuerint, inemendabiles sunt».
    Aparece también en la Catena aurea super Matthaeum c. 23 l. 1. Cf. Tomás de Aquino Catena aurea f. 87v: «Clerici, si male fecerint, inemendabiles sunt, laici vero delinquentes facile emendantur».
  105. «Que está bajo la misma condena». También aquí tenemos una paráfrasis, que utiliza unas palabras semejantes a las del texto bíblico para transmitir una doctrina distinta.
  106. «Quien conculcaba la ley de Moisés, ante dos o tres testigos, era condenado a muerte: ¿no pensáis que merece mayor castigo el que pisotea al Hijo de Dios y profana la sangre con la cual ha sido santificado y ultraja al Espíritu de gracia? Conocemos al que dijo “Mía es la venganza” y más adelante: “el Señor juzgará a su pueblo... cosa terrible será caer en manos del Dios vivo”».
  107. «Desempeña un ministerio celestial, se ha convertido en un ángel del Señor de los ejércitos. Como ángel será elegido o reprobado. Si se encuentra maldad en los ángeles, tienen que ser juzgados más estrecha e inexorablemente que cuando se trata de los hombres».
  108. GAUFREDO ABAD (inter opera S. Bernardi), Declamationes ex S. Bernardo, 21 n.24, ML 184,451; S. Bernardo, Opera… II col. 1709.
  109. «¿Para qué asciendes [a la dignidad sacerdotal]? ¿Acaso buscas que, cayendo desde más alto, el golpe sea peor? Desde luego no caerás así, poco a poco, sino que de repente te precipitarás como un rayo, en súbito arrebato, a la manera de otro satanás». Ibid., n.25.
  110. Cf. Glossa ordinaria in Heb 10,29, ML 114,662C; N. de Lyra – P. de Santa María – M. Doring, Biblia Sacra cum glossis, interlineari et Ordinaria, Nicolai Lyrani Postilla et Moralitatibus, Burgensis Additionibus et Thoringi Replicis VI (Lugduni 1545) f. 153v: «Conculcat Christum qui libere peccat absque timore, et poenitentia; et qui indigne participat, sanguinem pollutum ducit, si ab eo mundatus ad vomitum redit et poenitere negligit. Spiritui injurius est, qui ejus beneficium grate non suscipit.»: «Huella a Cristo el que peca sin temor ni arrepentimiento; y el que comulga indignamente ensucia su sangre si, habiendo sido lavado en ella, vuelve a su vómito y rehúsa hacer penitencia. Hace injuria al Espíritu Santo quien no recibe sus beneficios con gratitud». Obsérvese el paralelismo con la explicación que hace el Maestro Ávila.
  111. «No encuentro quien tome sobre sí mi dolor».
  112. «¿Te contendrás ante todo esto, Señor? ¿Seguirás callado para humillarnos más?».
  113. Cf. el comentario de la Glossa a Ez 8,8-9: «In hoc ostenditur tam in ecclessis quam in singulis nobis per parva vitia maiora monstrari, et quasi per foramina ad abominationes máximas perveniri»: «Aquí se pretende pasar más allá de los vicios pequeños y hacer ver los mayores, tanto en la Iglesia como en cada uno de nosotros, como si pasáramos a través del hueco [en la pared] y viésemos las enormes abominaciones» (Lyra et al. Biblia Sacra cum glossis... IV f. 223r).
  114. Cf. Concilio IV De Toledo c.24(23), ML 84,374B; P. Crabbe, Concilia omnia tam generalia quam particularia, quae jam inde ab Apostolis in hunc usque diem celebrata sunt II (Coloniae 1551) 201: «Prona est omnis aetas ab adolescentia in malum, nihil enim incertius quam vita adolescentium; ob hoc constituendum oportuit, ut si qui in clero puberes aut adolescentes existunt, omnes in uno conclavi atrii commorentur, ut lubricae aetatis annos non in luxuria sed in disciplinis ecclesiasticis agant»: «La adolescencia se inclina a lo malo, y no hay cosa más voluble que la vida de los jóvenes; por este motivo convino establecer que los clérigos púberes o adolescentes habiten todos en un recinto del atrio; para que pasen los años de la edad lúbrica, no en la lujuria, sino en las disciplinas eclesiásticas» (Trad. Sala BalustMartín Hernández La formación sacerdotal en la Iglesia 27). Cf. el texto tridentino que recoge esta tradición: canon 18 del decreto sobre la reforma del clero de la sesión XXIII (1563), que empieza Cum adolescentium aetas (cf. Alberigo et al. Conciliorum Oecumenicorum Decreta 750); cf. también DG C.12 q.1 c.1.
  115. «Un hijo necio es tristeza para su madre».
  116. Cf. Concilio IV De Toledo c.21(20), ML 84,373C; Crabbe Concilia... II 201: «Quicunque in sacerdotio Dei positi sunt irreprehensibiles esse debent, Paulo apostolo attestante: Oportet episcopum irreprehensibilem esse»: «Todo aquel que sea puesto como sacerdote de Dios debe ser irreprensible, según el testimonio del apóstol Pablo: Es preciso que el obispo sea irreprensible (1Tim 3,2)».
  117. Cf. SAN JERÓNIMO, In ep. ad Tit. 1,6, ML 26,594A; DG D.25 c.6, ML 187,148C: «Non quod eo tantum tempore quo ordinandus est, sine ullo sit crimine, et praeteritas maculas nova conversatione diluerit: sed ex eo tempore quo in Christo renatus est, nulla peccati conscientia remordeatur»: «No solamente que no cometa ningún crimen desde el momento en que se le elige para la ordenación, y lave las manchas pasadas con su nueva conducta; sino que desde aquel momento en que renació en Cristo no tenga ninguna conciencia de pecado».
  118. Sobre esta realidad de aquel tiempo, se habla más detenidamente en los capítulos 1 y 9 de Díaz de Luco Aviso de curas f. 1r-3v, 23v-27r.
  119. Sin duda, se refiere a los estragos que la herejía estaba haciendo en su tiempo.
  120. Enumera y desarrolla estas diferentes ocupaciones Díaz de Luco Aviso de curas.
  121. Cf. San Juan Crisóstomo, De sacerdotio, l.3 y 6, MG 48,639-660.677-692.
  122. Cf. San Agustín, Epist. classis I epist. 21,1s, ML 33,88.
  123. Cf. SAN GREGORIO, Reg. past. p.2.ª c.3, ML 77,28; Comm in lib. I Regum l.4 c.4, 37, ML 79,257.
  124. Cf. SAN JUAN CRISÓSTOMO, De sacerdotio, l.4,2, MG 48,665; Juan Crisóstomo Opera... I f. 13r: «Ecclesia quippe Christi secundum beatum Paulum corpus Christi est; et debet ille cui hoc credit in sospitatem et pulchritudinem incorruptam huius corporis laborare; circunspiciens necubi macula quae depreciare, aut contaminare, formosissimum eius possit decorem; ut illi simplici et santo capiti, secundum humanam possibilitatem, dignum et conveniens corpus appareat»: «Como dice el bienaventurado Pablo, la Iglesia es el cuerpo de Cristo. Aquel que esto cree, debe esforzarse por mantener ese cuerpo en una perfecta salud y belleza, vigilando no sea que alguna mancha pueda afear o contaminar su delicadísima hermosura. De este modo, el cuerpo se mostrará digno, en cuanto es humanamente posible, de su pura y santa cabeza».
  125. «Os he desposado con un solo marido, presentándoos a Cristo como una virgen casta».
  126. «El arte de los artes es el gobierno de las almas»; San Gregorio Magno, Reg. past. p.1.ª c.1, ML 77,14.
  127. Confunde Jer con Ez.
  128. «Estoy lleno de la fuerza del Señor para echar en cara a Jacob su crimen».
  129. Cf. PSEUDO-DIONISIO, De eccl. hierarch. c.5,6, MG 3,506-507; Pseudo-Dionisio et al. Opera Dyonisii II f. 36v: «Sacerdotum vero illuminans ordo; ad contuenda sacra mysteria eos qui initiantur adducit […]. At vero ministrorum [seu diaconorum] est, […] prius quam accedatur ad sacra sacerdotum mysteria accedentes purgat»: «El orden de los sacerdotes es el que alumbra, y lleva a contemplar los santos sacramentos a los que los reciben. Al orden de los diáconos, por su parte, le corresponde purgar a los candidatos antes de que accedan a los sagrados misterios de los sacerdotes». Cf. PSEUDO-CLEMENTE, Epistola prima ad Iacobum fratrem Domini, ML 130,19-24.
  130. PSEUDO-CLEMENTE, Epist. III, De officio sacerdotii et clericorum, ML 130,45: «Audire ergo eum attentius oportet, et ab ipso suscipere doctrinam fidei, monita autem vitae a Patribus inquirere»: «Se debe escuchar [al sacerdote] con mucha atención, y recibir de él la doctrina de la fe, escrutar las amonestaciones de vida que recibimos de los Padres».
  131. «Toda escritura inspirada por Dios es útil para enseñar, para persuadir, para reprender, para educar en la rectitud».
  132. Sobre los «sumistas» a quienes hace referencia aquí el Maestro, cf. infra 743ss.
  133. Cf. Guido de Monte Rocherii, Manipulus curatorum (Venetiis 1502) f. 48v. En ese lugar, se aduce la autoridad de San Agustín y San Ambrosio para apoyar la idea; estos pueden ser «los santos» a los que se refiere el Maestro Ávila. A su vez, para justificar la cita de esos dos santos, en diferentes ediciones del Manipulus se hace referencia a DG D. 81 c.1; D. 34 c.14. Pero precisamente por el hecho de que las ediciones no coinciden, hay que ser precavidos antes de concluir que esas referencias formasen parte del texto original.
  134. «A los ancianos que hay entre vosotros». Cf. Biel Sacri canonis misse tam mystica quam litteralis expositio f. 8r.
  135. La conexión entre estos tres títulos del sacerdote (obispo, pastor y senior o presbyteros), que San Juan de Ávila apoya con los textos citados de la Escritura, aparece en varios lugares de las obras exegéticas de Erasmo, comentando estos pasajes de la escritura a los que aquí hace referencia el Tratado. Cf. Idem Opera... VII 551, 707.
  136. «Aquellos que necesitan ayuda ajena, no deben ser promovidos para procurar auxilios a otros»; San Gregorio Magno, Commentarii in librum I Regum l.3 c.5 n.1, ML 79,202A.
  137. «Esfuércense por elegir personas suficientes, idóneas, de vida probada, discretas, modestas y experimentadas para realizar este ministerio y oficio que tanto contribuye a la salvación»; Clem 3.7.2.
  138. «Magnum prorsus et mirabile sacramentum animae suscitatio est»: «Grande y admirable sacramento es la resurrección de un alma». San Bernardo, Sermones in tempore Resurrectionis sermo 2 n.10, ML 183,287B.
  139. «Atendían con ignominia a la contrición de la hija de mi pueblo diciendo: “Paz, paz”, y no había paz… Confortan las manos de los peores».
  140. Cf. Conc. de Trento, ses.23 c.14 de ref., Alberigo et al. Conciliorum Oecumenicorum Decreta 749.
  141. Ibíd., c.15.
  142. «Plantío glorioso del Señor... El pueblo que yo constituí, para que proclamara mi alabanza».
  143. «Como la lluvia y la nieve caen del cielo».
  144. Aquí se queda el manuscrito del siglo XIX, que es copia de otro manuscrito anterior no encontrado todavía.